LA AGENDA.
Mi abuela Hanna era una mujer ordenada y de costumbres fijas, meine Damen und Herren, para ella la vida era un inmenso casillero en el que cada «cosa» ocupaba el lugar correspondiente: ideas, opiniones, recuerdos, sentimientos, personas y objetos. De la misma forma, hizo de su meticulosidad—lo que otros denominarían «rutina»— un sacramento con el que comulgaba a diario. Nada la exasperaba más que el suceso inesperado o la visita inoportuna; tan era así que yo debía avisar de mis visitas con antelación. Nuestros encuentros se producían en una sala de estar, un lugar al que mi abuela no acudía antes de las cuatro de la tarde y en el que no permanecía después de las diez de la noche. Nunca supe el porqué de ése horario, aunque supongo que alguna razón existiría. Era la típica estancia en la que el paso del tiempo y la historia de una familia permanecen inalterables, trozos de un pasado fotografiado que enmarcados en plata flotaban sobre el río de los recuerdos. Yo solía acudir un día por semana, y en muchas ocasiones, ambos acordábamos la hora de la siguiente visita antes de mi partida. Ante mi propuesta, mi abuela cogía su agenda, revisaba sus citas y daba su aprobación: para ella todo tenía un lugar en la vida.
Por el contrario, estimados parroquianos, nuestro siempre admirado José Luis Rodríguez, el Puma, es un hombre alérgico a las agendas o a cualquier orden; dicen que ésa es una característica de los iluminados: ellos creen que sus dones y talento les permiten controlarlo todo sin orden preestablecido. Con todo y con eso, meine Damen und Herren, ZP nos ha permitido descubrir una de sus rutinas: que al frente del Ministerio de Justicia siempre esté un adefesio. La corbata del nuevo ogro es de una crueldad cromática insufrible, queridos lectores; ¿era un homenaje al gremio de barberos? Bueno, es mejor que no seamos tan puntillosos y consideremos que todo se debe a la creación de un nuevo estilo en el vestir: el carta de ajuste style; cuadros, rallas y colores, la papada bovina la dejaremos al margen. Asimismo, en esa extraña sala de estar de ZP, acuden visitas curiosas, muy curiosas. La entrevista con el padre de una infeliz cuyo novio macarra lanzó al río hiede, es nauseabunda. A ZP, la historia de esa desgraciada le favorece, no olviden que es una especie de carroñero, y mientras el vulgo se entretenga con ese tipo de desdichas, no pensará en otras cuestiones: ella es pasto de cangrejos o gusanos; y la plebe, de su propia estulticia. No obstante, meine Damen und Herren, ZP también remueve el légamo, se erige en el sanador de todos los males ajenos. No creo que cuestiones tan importantes como el cambio de las leyes deban tratarse junto a un padre hundido y frente a las cámaras insensibles de los propagandistas. Aunque lo patético de ese encuentro es que los políticos son sordos cuando los ciudadanos exigen cambios que los próceres consideran que no tienen espacio en sus agendas. De la misma forma, estimados parroquianos, el descontrol de la agenda de ZP y el desorden en su sala de estar nos permiten comprobar que su cretinismo no tiene límite: la ministra de prosodia cortijera y léxico de cabrera viaja hasta Siberia para aprender no sé qué. Confío en que ese amor por el trabajo de campo no se extienda entre los miembros del gabinete ministerial, meine Damen und Herren, porque ello podría dar lugar a situaciones aún más extravagantes. De igual modo, el descontrol de la agenda de ZP permite que los sumarios del juez Garçon (sí, sí, el cambio es obligado) se incoen en la portada de un periódico y se diriman en las barras de los bares o en las tertulias de cualquier programa de casquería de televisión o radio: ¿se celebrará la vista en un urinario público y firmarán la sentencia con la escobilla?
En realidad, meine Damen und Herren, la agenda bufa de ZP persigue trocar el drama de la realidad española por una comedia en la que los diestros y sagaces enredos esconden el peripatetismo de un político inepto y embustero. Espero que así sea, estimados parroquianos, porque si la treta no surte efecto, la agenda marcará otras citas: un atentado o la detención de un terrorista; sé que a ustedes no les sorprende.
Cuando mi abuela falleció y pude leer sus agendas, comprobé que casi todas las páginas estaban en blanco, aunque una vez por semana escribía con su letra pulcra mi nombre: Nicholas. Me entristeció comprobar que la soledad también requiere gestión, pero con el carácter de Hanna, era obligado hacerlo. Las fotografías hace ya tiempo que abandonaron sus marcos de plata, ahora reposan en una caja. Las miro de vez en cuando sin molestarme en recordar quiénes eran algunos de los que posan. Por el contrario, las agendas de mi abuela las «leo» a menudo, páginas en blanco en las que no hay nada que recordar; como la agenda de ZP: una libreta que es mejor condenar al olvido.
Foto: Abuela.