SUELDOS, MINGAS Y PAPEL DE FUMAR. (1)
Si de algo estoy orgulloso a estas alturas de mi vida, meine Damen und Herren, es de no haber perdido la capacidad de sorprenderme. Posiblemente para ustedes sea una cuestión baladí; por el contrario para mí es muy importante mantener ésa «virtud»; porque ése grado alcanza ya: el de virtud. Pasear por nuestro devenir con el rostro hierático del que lo sabe todo y ha renunciado a las sorpresas comporta varios peligros, aunque uno de ellos es letal: convertirse en un cínico. Sin embargo, y a pesar de que una cierta dosis de cinismo es necesaria para blindar nuestras emociones e ingenuidad, no debemos abusar de él, ya que la distancia que media entre el cinismo y la amargura o el resentimiento es muy corta: un paso. Asimismo, es conveniente diferenciar la sorpresa de la perogrullada, a pesar de que en ocasiones— más a menudo de lo que a simple vista percibimos— una solapa a la otra. Un ejemplo lo tuvimos hace poco días cuando el director adjunto del periódico El País, Vicente Jiménez, reconoció (para algunos denunció) que «existen periodistas “a sueldo”». Ahí lo tienen, estimados parroquianos: la perogrullada envuelta en el papel celofán de la sorpresa.
Explicar el papel que PRISA ha jugado en la trayectoria del PSOE no es el objeto del presente escrito, no seré yo el que abrace las ideas del insigne filósofo Perogrullo. De cualquier modo, y una vez superada la sorpresa al escuchar tan doctas palabras, volví a sorprenderme cuando he percibido las reacciones indignadas de otros periodistas, que una vez más se cogen la minga con papel de fumar. Aquí todo se complica más, meine Damen und Herren, porque ya tenemos la perogrullada envuelta en la sorpresa y empaquetada en la caja de cartón reciclado de la hipocresía. ¡Qué regalo más bonito!
Yo me alegro de que la prensa española se hunda; sí, sí, lo reconozco: ¡por fin llegó Fahrenheit 451!; además con un peligro añadido: es complicado extinguir un incendio en un vertedero. En los periódicos españoles, la honestidad de una profesión sólo la encontremos en un lugar: los anuncios de putas; ya saben: «madura tetuda…»; «gatita golosa se traga hasta la última gota»; «me lo como todo…y más»; «fóllame hasta por las caries»; etc. El periodismo español murió, queridos lectores, y no fue de éxito precisamente, sino de gangrena. Lo peor que puede ocurrirle a un periodista es que padezca una confusión que le impida diferenciar su trabajo (en muchos casos vocación) del medio de comunicación, ya que los objetivos son diferentes: la empresa se dedica a ganar dinero y primará el beneficio mientras el periodista debe explicar la realidad, prescindiendo de las consecuencias: intereses opuestos, meine Damen und Herren, la eterna lucha. Es innecesario que les explique que en esa batalla el perdedor— al margen de los lectores— es el periodista, que deberá poner a prueba su talento con los sinónimos o el diámetro de sus tragaderas. Entiendo que eso no se explique en las facultades de periodismo ya que tendría el mismo efecto que si en una escuela de modelos se explicara a las muchachas que la mayoría ejercerán de putas de lujo y que su pasarela serán las camas ajenas.
De la misma forma que diferencio dos tipos de crisis— económica, financiera—, en los medios de comunicación también percibimos una dualidad de crisis: la del periodismo y la de los periódicos. Existen causas coadyuvantes y diferentes, pero la génesis es la misma: han perdido credibilidad y se han convertido en algo prescindible; y todo ello por asegurarse los beneficios y los platos de lentejas en función del gobernante. Trabajar de palanganero y correveidile al tiempo que practican felaciones al político, grupo empresarial o cualquiera que tenga un cierto poder pasa factura, y éstas son de importe elevado. El enemigo de la prensa española no es internet, no, es otro: el papel de aluminio. Sí, meine Damen und Herren, porque si ése artículo no existiera, alguno compraría un periódico, aunque fuera para envolver el bocadillo de sardinas: un ejemplar y a cambio se cubre durante 70 días el embalaje del almuerzo o se tapa el suelo después de fregar.
Yo me alegro de que la prensa española se hunda; sí, sí, lo reconozco: ¡por fin llegó Fahrenheit 451!; además con un peligro añadido: es complicado extinguir un incendio en un vertedero. En los periódicos españoles, la honestidad de una profesión sólo la encontremos en un lugar: los anuncios de putas; ya saben: «madura tetuda…»; «gatita golosa se traga hasta la última gota»; «me lo como todo…y más»; «fóllame hasta por las caries»; etc. El periodismo español murió, queridos lectores, y no fue de éxito precisamente, sino de gangrena. Lo peor que puede ocurrirle a un periodista es que padezca una confusión que le impida diferenciar su trabajo (en muchos casos vocación) del medio de comunicación, ya que los objetivos son diferentes: la empresa se dedica a ganar dinero y primará el beneficio mientras el periodista debe explicar la realidad, prescindiendo de las consecuencias: intereses opuestos, meine Damen und Herren, la eterna lucha. Es innecesario que les explique que en esa batalla el perdedor— al margen de los lectores— es el periodista, que deberá poner a prueba su talento con los sinónimos o el diámetro de sus tragaderas. Entiendo que eso no se explique en las facultades de periodismo ya que tendría el mismo efecto que si en una escuela de modelos se explicara a las muchachas que la mayoría ejercerán de putas de lujo y que su pasarela serán las camas ajenas.
De la misma forma que diferencio dos tipos de crisis— económica, financiera—, en los medios de comunicación también percibimos una dualidad de crisis: la del periodismo y la de los periódicos. Existen causas coadyuvantes y diferentes, pero la génesis es la misma: han perdido credibilidad y se han convertido en algo prescindible; y todo ello por asegurarse los beneficios y los platos de lentejas en función del gobernante. Trabajar de palanganero y correveidile al tiempo que practican felaciones al político, grupo empresarial o cualquiera que tenga un cierto poder pasa factura, y éstas son de importe elevado. El enemigo de la prensa española no es internet, no, es otro: el papel de aluminio. Sí, meine Damen und Herren, porque si ése artículo no existiera, alguno compraría un periódico, aunque fuera para envolver el bocadillo de sardinas: un ejemplar y a cambio se cubre durante 70 días el embalaje del almuerzo o se tapa el suelo después de fregar.
Foto: ¡Qué más da!: siempre hay alguien que se lo cree.
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