LA BIOGRAFÍA: PARÍS.
En París alquilaron una buhardilla en la rue Pédale, en el número 69 en concreto. La primera semana la pasaron encerrados, con una dieta frugal y mil pensamientos que bullían en sus cabezas. Ese voluntario aislamiento lo dedicaron a estudiar cuál sería el lugar adecuado para adquirir los conocimientos que les permitieran aplicar los conceptos políticos que ZP atesoraba en la mente. El octavo día, quizás estimulados por la carencia de dinero, llegaron a la misma conclusión: Les Folies Bergère.
Debo señalar que este episodio de la vida de ZP ha quedado relegado en el olvido (me atrevo a decir que se oculta) por el interés de los protagonistas; de hecho me fue imposible conseguir información al respecto en España. Por ése motivo encaminé mis investigaciones hacia la famosa sala de music-hall, en la que todo fueron facilidades a pesar de que los documentos de ese período fueron destruidos. Tan fue así que el actual gerente me sugirió que visitara a la persona que dirigía el espectáculo en 1985— Françoise Cochononne—, incluso me entregó una carta de presentación para vencer las posibles reticencias. En su retiro de Normandía, la mujer todavía recordaba a aquel par de jóvenes españoles que con más voluntariedad que aptitudes entraron en su despacho para solicitar un puesto de trabajo y aprender a ejercer la política. Junto con una fotocopia de los contratos de trabajo de ZP y Pepiño (Doc. CDD/987566-85 y CDD 654879-85), la mujer me entregó una serie de anécdotas, muy útiles para completar la biografía del insigne estadista. Durante la entrevista, Mme. Cochononne reconoció la desconfianza que le despertaron los muchachos, pero la diluyó en la voluntad férrea no exenta de descaro que exhibieron. Asimismo, fue taxativa cuando recordó que fue Pepiño el que tomaba la palabra, dejando en un segundo plano a su amigo. Ése rasgo protector impresionó a la anciana, aunque su sorpresa aumentó al preguntarle a ZP si hablaba idiomas y éste responder lo siguiente: «No, pero los escucho muy bien: tengo una facilidad innata».
Sea como sea, ZP y Pepiño fueron contratados durante nueve meses en Les Folies Bergère. Fue una época atractiva para ellos: disfrutaron de París, adoptaron la moda y demostraron el cosmopolitismo adquirido en la universidad. El director del espectáculo tuvo muchas dificultades para encuadrarles en el espectáculo, aunque la experiencia de ZP en la academia de baile del profesor Friedrich Senkfuß le resultó útil para conseguir una plaza en el ballet. Pepiño, por el contrario, quedó relegado al trabajo entre bambalinas: luminotécnico (llegó a desviar los focos cuando ZP daba un traspié), cambio de decorados y tramoyista.
Transcurrido el primer trimestre y en vista del potencial de los muchachos, el director decide darles una oportunidad: un número de ventriloquia en el que Pepiño, sentado sobre un piano de cola, representaba el papel del muñeco; y ZP, el de ventrílocuo. Lo que puedo ser un buen número se convirtió en un desastre, ya que era difícil compaginar la prosodia de ZP— neumas, repetición, arrítmica— con los movimientos de Pepiño, que llegó a salir solo al escenario ante los renuncios a las tablas de ZP: no soportaba los abucheos del público. Ante la magra calidad del dúo y con el fin de no erosionar la reputación de Les Folies Bergère, el director decidió no renovarles el contrato. ZP, no obstante, propuso para evitar el despido realizar una actuación de dualidad — un mismo personaje interpreta dos papeles, normalmente uno masculino y otro femenino— o bien probar suerte con la prestidigitación, al tiempo que Pepiño se ofreció como contorsionista: las ofertas fueron rechazadas. Aun así, la pareja entendió que la experiencia adquirida les sería útil en su trayectoria política. En cualquier caso todavía les faltaba ascender otro escalón: un viaje a Alemania; en concreto a la ciudad de Hamburgo.
Foto: Fotografía del programa de Les Folies Bergère (1985)