Llegué con antelación al lugar estipulado con Antonella y no percibí ningún cambio; tan era así que los recuerdos se precipitaron deprisa, como un caballo desbocado. Una de las camareras me reconoció, y un gesto tan banal me tranquilizó, estimados parroquianos: mi pasado y mi presente confluían. Faltaban veinte minutos para que la mujer a la que he amado como nunca he vuelto amar estuviera frente a mí. Pasado, presente, y otro presente más prolongado al que llamamos futuro: veinte minutos.
En realidad, meine Damen und Herren, Herr Garzón se comporta como el perrito faldero de ZP, y éste le lanza un hueso (porque de eso se trata, de buscar huesos) de vez en cuando; aunque los filetes (pagos por extrañas conferencias e innecesarios viajes bien remunerados) los ponen en el plato algunos de los jefes y cómplices de ZP. La predisposición mandibular de Herr Garzón nos permite comprobar que la justicia española es como la polla de una pajillero: un día se la casca con la derecha, y otro día, con la izquierda. No lo criticaré, queridos lectores, ¡lo importante es que haya orgasmo!; aunque algunos deberían vigilar las salpicaduras: el semen sobre una tela negra se percibe enseguida; no debemos olvidar que una democracia, y la creencia de los ciudadanos en la misma, se sustenta sobre la justicia, ya que lo contrario— la arbitrariedad— es propio de dictaduras.
Ahora, si ustedes me lo permiten, aprovecharé que el río Po pasa por Turín y arrimaré el vermut a mi sardina; sin olvidar, por eso, a nuestro justiciero universal.
En el auto de Herr Garzón, observamos que pretende investigar y juzgar los crímenes contra la humanidad cometidos durante la guerra civil española y el franquismo. Acto seguido, la legión de cuidadores de ZP— periodistas que escriben al dictado— nos recuerda el juicio de Nuremberg. Yo no tengo nada que objetar, meine Damen und Herren: sé que España es el país de los potajes y la olla podrida. Continuemos con Nuremberg y los acusados del juicio, que tuvieron que responder a cuatro cargos: Conspiración; crímenes contra la paz; crímenes contra la humanidad; crímenes de guerra. Por un lado sorprende que pueda juzgarse a alguien bajo la acusación de un delito que no era tal cuando se produjo el hecho. Yo creía que el tiempo rige al acto —
Tempus regit actum— y que la irretroactividad de las normas penales es uno de los baluartes de los derechos humanos. Asimismo, fue curioso que el fiscal ruso acusara a los reos de delitos que la URSS había cometido en la misma medida: Conspiración y crímenes contra la paz. ¿Acaso no incurrió en esos delitos la URSS al invadir Polonia?, ¿no fue responsable Stalin de la ejecución de 20.000 jefes y oficiales del ejército polaco en Katyn? De igual manera, sería interesante que alguien nos explicara el porqué un millón de soldados alemanes cautivos no regresaron a sus hogares; ¿eso no son crímenes de guerra? Supongo que no, fueron algo peor: crímenes de paz. Observarán que soy generoso, meine Damen und Herren, porque no menciono esos bombardeos brutales sobre mujeres, niños y ancianos, o el millón y medio de mujeres alemanas (hubo otro medio millón que comprendía checas, ucranianas, polacas, etc.) que fueron violadas o asesinadas por los Aliados. No lo hago por una sencilla razón: las leyes de la guerra no caminan por la misma senda que el raciocinio y la época en la que se juzgan.
Sin embargo, Baltasar Garzón, el empresario de la espada, la balanza y la venda, está dispuesto a pasarse la justicia por el forro de la toga y ganarse un nuevo salario. Todos sabemos que eso quedará en nada; en todo caso en alguna fosa abierta con premura y poco más: huesos para el perro. En Turín cené un magnífico rabo de buey en Casa Vicina, además lo regué con un Rosso di Verzella de las bodegas Benanti; ¡si llego a saber que ZP está tan necesitado de huesos le hubiera enviado los restos que quedaron sobre el plato! ¿Qué no haría yo por un menesteroso mental que desea ocultar su ineptud, meine Damen und Herren?; ustedes saben que soy una buena persona. En cuanto a Herr Garzón, sería conveniente que alguien le montara un nuevo Nuremberg en el que él podría ejercer de juez, fiscal, abogado, periodista, taquimecanógrafo, alabardero y bedel; de público no porque para eso Herr Garzón necesita su claque; como le ocurre a José Luis Rodríguez,
el Puma: sin claque no es nada.
Antonella y yo habíamos quedado en Al Bicerin, el que durante muchos meses fue nuestro café. Yo estaba nervioso: manos frías, boca seca, mirada esquiva y encontraba un gusto ferruginoso en el tabaco. No obstante, cuando Antonella apareció, todo se condensó en algo: el latir blasfemo de mi corazón. No les mentiré, estimados parroquianos, su beso de saludo fue cordial aunque medido; ni más ni menos: cordial y medido. Yo la encontré tan atractiva como siempre y mi mente me retrotrajo al día que abandonó mi hogar: dolida pero serena al tiempo que decepcionada y resentida. Lo que en aquel entonces no supe entender, estimados parroquianos, lo comprendí en pocos segundos en el interior del café Al Bicerin: el lapso que media entre la primera mirada y el primer parpadeo. Asimismo, marcó el terreno de juego con prontitud: «sólo tengo dos horas». Un trueque perverso, queridos lectores: dos horas por dos años. No me ofendí, ya que el perdedor, y en esa historia yo soy el perdedor, no tiene muchas opciones. El tiempo transcurrió con premura y sus ojos nunca se contagiaron de la sonrisa de sus finos labios. Diez minutos antes de lo previsto me dispuse a partir; se lo debía, meine Damen und Herren, era yo el que debía salir derrotado del lugar. Nos despedimos con otro beso, aunque nuestras mejillas permanecieron unidas un tiempo prolongado; demasiado prolongado para que fuera casual.
Al salir al exterior me sentí destemplado y subí el cuello de mi gabardina. Caminé frente a la iglesia de la Consolata y encendí un Lucky; nada había cambiado: manos frías, boca seca, mirada esquiva y el sabor metálico del tabaco; son los riesgos de asomarse al pasado, meine Damen und Herren. Además, el cielo encapotado de Turín amenazaba lluvia, y cuando las primeras gotas comenzaron a caer, entendí que un mal día lo tiene cualquiera.
Foto: Botella de vermut Cinzano.