ESTAMPAS
Esta mañana, al filo del mediodía, he regresado a casa. Al pasar frente al bar de Herr Hazard y a pesar de que el clima no acompañaba, decidí sentarme en la terraza para tomar mi primer café turco de la jornada, y desde esa atalaya privilegiada observé una estampa que llamó mi atención: dos deficientes mentales que paseaban juntos. Intuí que algún parentesco les unía, porque en uno pude percibir los rasgos del otro; pero era algo difuminado, una pincelada inacabada, una extraña convivencia de gestos infantiles con cuerpos de adulto. Asimismo percibí que sus miradas estaban amedrentadas, quizá porque el mundo les provoca miedo, aunque sospecho que no tanto como ellos al mundo. Me olvidé de explicarles un detalle, meine Damen und Herren: mientras que uno iba en silla de ruedas, el otro empujaba. Tuve un pensamiento: «la necesidad une».
José Luis Rodríguez, el Puma, también es un individuo necesitado, por ello se ha buscado a unos devotos para empujen una silla de inválido cuyas ruedas chirrían con la misma inoportunidad que un chacoloteo nocturno. Desconozco cuál fue el resultado de la misa breve que se ofició ayer; muy breve: 59”. Debo advertirles que no me molestaré en buscar nada en internet al respecto, estoy harto de la prosodia de piedra de ZP y de su facilidad para corporizar la memez. De igual manera, me fastidia observar que se considere suasorio a un tipo que sólo se limita a rellenar el pesebre para que el ganado luzca unas formas orondas. No creo que sus palabras nos ayuden a enraizar nuestras emociones, ni siquiera a crearlas; por el contrario su tontería innata potencia al personaje, algo que debemos agradecer.
No obstante, los ganapanes que empujan la silla de ruedas de ZP me atrapan con la fuerza de una pasión sexual. Sí, estimados parroquianos, porque ese mínimo común denominador— con ZP de por medio siempre es muy bajo—, al que conocemos bajo el nombre de Gobierno, nos proporciona jocosos momentos. Por lo pronto me referiré a Bernat Soria, un hombre que pierde aceite. No se sorprendan por mis palabras, meine Damen und Herren, no ocultan doble sentido alguno; pero es que el tres veces premio Nobel y doctorado en mentecatez por la universidad de Osuna explica unas cuestiones en las que las toneladas de aceite aparecen y desaparecen a la misma velocidad con la que la inteligencia de Pepiño Blanco abandonó su cabeza. Más que una crisis ustedes padecieron un síndrome premenstrual de girasol, que duró tres días antes de que el aceite regresara a sus cauces. Sin embargo, la frivolidad que demostró Herr Soria no desmerece sus acrisoladas virtudes, ya que éstas son reconocidas en múltiples ágoras científicas de todo el mundo: «bares de la esquina», peluquerías de caballero, ascensores de rascacielos, bodas y bautizos, y en cualquier otro foro en el que la presencia de un pelmazo sea ineludible. Una vez más, queridos lectores, demuestro mi vertiente humanitaria al escribir que sentí pena—aunque también bochorno— al leer sus declaraciones. Quizás se deba a que la imagen de Herr Soria es adecuada para interpretar en un culebrón el papel de un patriarca mejicano cuyos hijos desean dilapidar el patrimonio de la familia, y él, con su bondad y sentido común, navega en el proceloso mar de las querellas intestinas y las luchas entre nueras: ¡bordaría el papel, meine Damen und Herren!
Lo que el pobre despistado denomina «gestionar una crisis con plenas garantías» no es más que la demostración de que estamos ante otro posturista de billar y amante del toreo de salón; porque la alerta surgió en Francia, y en Alemania hace ya un mes que se controla el tema del aceite de girasol sin refinar que proviene del otro lado del telón de acero. Sin no fuera por ésos dos países, ustedes lucirían ahora un pelo multicolor y se sorprenderían al observar que sus cuerpos iluminan una estancia oscura. Hice bien en desconfiar de un tipo que considera que ZP es merecedor de un premio Nobel, aunque supongo que se refería al tipo de premio y mérito que él elabora con una imprentilla infantil; ustedes ya me entienden. ¡Pobre hombre: a su edad y debe empujar una silla de ruedas por una cuesta!, además con el agravante de que el artilugio tropieza con todos los obstáculos, se encalla en cualquier irregularidad del firme y chirría.
Estoy seguro de que si algún día les veo pensaré lo mismo que esta mañana: ellos temen al mundo; y el mundo les teme a ellos.
Estoy seguro de que si algún día les veo pensaré lo mismo que esta mañana: ellos temen al mundo; y el mundo les teme a ellos.
Foto: Nosotros empujamos. Gobierno de España.
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