Samstag, Oktober 13, 2007

FRANKFURTER CHRONIKEN / 3


M. siempre se ha mostrado remolona a la hora de levantarse; además, expande el tiempo hasta límites insospechados para vestirse y maquillarse. Por ése motivo no la esperé y decidí bajar a desayunar. Con varios asuntos en la cabeza y ningún café en el cuerpo, coincidí con el amanuense putañero, al cual saludé más por cortesía profesional que interés. Él, al reconocerme, me demostró que los escritores siempre encuentran la descripción adecuada: «Estoy reventado, me tocó una contorsionista». Decidí tomar más café de lo habitual.
Los 16 millones de euros que la Generalitat ha invertido en semejante festín dan para mucho: cajas y cajas de cava; vinos de las mejores denominaciones y añadas; viandas a tutti plé; y como si de un circo romano se tratara, espectáculos hasta el hastío. No es extraño, meine Damen und Herren, los políticos, como si fueran modernos ladrones de almas, saben aprovechar la tendencia y la necesidad de divertirse que tienen los humanos; sobre todo cuando éstos saben que la billetera está llena y desean mostrarse como el prototipo de sibarita. Todo ello provocó que muchos, al igual que M., fueran perezosos para abandonar las sábanas. No obstante, los próceres sí habían tomado posesión del terreno y se pavoneaban de un lado al otro. Con varios crucé unas palabras; pero fue uno en especial el que me hizo comprender de qué iba todo aquello. Debo decirles que su bigote reverbera una especie de bondad clerical, pero su risa indiferente certifica la innegable avidez del personaje. Creo, además, que su dogmatismo le hace ser el más peligroso. A determinadas preguntas, el sujeto en cuestión respondía entre balbuceos, como si su cerebro funcionase con una marcha lenta y pariese los pensamientos con vergüenza. Ahora bien, una vez creado el mensaje lo sepulta en una profundidad desconocida y lo rodea de un silencio sólido que no se puede interrumpir con nada. En realidad creo que se trataba de palabras vanas, que la gente entrega a los perezosos como recreo. Él, por el contrario, dijo que detrás de esas frases se esconde el pensamiento de una nació. Deberán aceptar, meine Damen und Herren, que es una manera muy grosera de homogeneizar; tanto como la curvatura que adquiere su corbata sobre el abdomen prominente. No obstante, volví a tener la misma impresión: para los catalanes no existe el fracaso, sino que existen…«los otros».
Por otro lado, la organización de la Frankfurter Buchmesse está insatisfecha y algo molesta. Esa mezcla anómala de nacionalismo, disputas regionales y vanaglorias individuales, no ha sentado bien; ya que en una feria sobre libros debe hablarse sobre literatura y edición, y no de política. Tan es así, que algunos ya se han planteado la conveniencia de repetir experimentos semejantes. Jürgen Boos, director de la feria, se lamentó: «Es una lástima que no tengamos aquí la completa variedad de la cultura catalana». ¡Pobre hombre!, no ha entendido que la fortaleza de la nación catalana no se sustenta sobre su propio acervo, sino sobre la confrontación con…«los otros».
Moviéndome entre las filas de los soldados de la pluma también me percaté de algo más: el intento de ERC por capitalizar el acontecimiento. Les garantizo, queridos lectores, que algo semejante es inaudito por estos lares: navajazos políticos en tapa dura o cartoné. Por más que deseen disimularlo, la exclusión de los autores catalanes que escriben en castellano obedece a un motivo: pretenden que éstos, mediante un falso fundamento histórico, se sientan emigrantes en su tierra natal, o por lo menos, que forman parte de…«los otros».
Es triste comprobar que algunos no quieren ser españoles pero lo son, y no quieren parecer insignificantes pero lo son. ¡Qué más da!, vivimos una época en la que, aunque los chistes sean malos, la gente se muestra alegre. Supongo que por eso el escritor talludo se fue de putas: en ése campo no existen las discrepancias políticas y la crítica nunca es pública.

APOSTILLA: M. se despidió con la fórmula habitual: «Nos llamamos». Sé que nunca telefoneará, y ella sabe que yo no espero la llamada. Quizá en repetir un error radica la posibilidad de acertar más adelante, pero yo prefiero no hacer nada y culpar a los de siempre: a los otros.

FRANKFURTER CHRONIKEN / 2

Tal y como era de esperar, el discurso — revisado, corregido y autorizado por la Generalitat— fue el típico gazpacho nacionalista; con poco ajo, eso sí: mentiras, medias mentiras, comparaciones extrañas, sofismas y filosofía de andar por casa con el pijama y las zapatillas. El final de la arenga fue apoteósico: aplausos, lágrimas tímidas que asomaban en ojos enrojecidos y voces quebradas por tantos años de opresión. Yo tengo otra veredicto sobre la soflama: pretérito ficticio, presente falso y futuro…imperfecto. Acto seguido, ocurrió algo inimaginable: el Molt Honorable José Montilla habló. Si, estimados parroquianos, ¡sabe hablar! En un principio pensé que asistía a un número de ventriloquia, pero no: el gris se hizo verbo. Con todo y con eso, debo reconocer que Montilla ha mejorado en el dominio del catalán; creo que hasta él conseguiría el nivel que exige a los barrenderos. Ése hombre vale mucho, siempre lo he pensado, aunque no creo que necesite una caja de caudales para guardar su inteligencia.
Entre el narcótico tono del Molt Honorable y la penumbra que rodeaba a los asistentes, no pude mantener mi concentración. Por ése motivo, me dediqué a observar de soslayo a M.: la encontré tan atractiva como la primera vez que nos vimos. Ella debió notar el contacto de mi mirada porque se giró. «Mucho mejor» dije para disimular mi interés. M. sonrió veladamente y después replicó: «Tú también». Meine Damen und Herren, sabía que estaba ante uno de esos momentos en los que un hombre debe decidir si avanzar un paso más o permanecer quieto; pero la ovación cerrada por el soporífero monólogo me sobresaltó y rompió mis vacilaciones: la invité a cenar.
El resto de discursos no aportaron nada a los anales de la retórica. Por el contrario, las conversaciones posteriores que algunos mantenían en corrillos después de rendir pleitesía y parabienes a los políticos fueron sabrosas; más que nada porque las personas se vuelven muy indiscretas cuando creen que el que pasa por su lado no les entiende. Al igual que al girar el dial de una radio, retazos de expresiones llegaron a mis oídos: «sempre serà un xarnego», «qui paga, mana», « fer negocis», etc. Algunos, los más atrevidos o quizá los más bebidos, reclamaban al político de turno la concesión del Nobel de Literatura para un escritor catalán; mejor dicho: que escriba en catalán. Sin embargo, fue la expresión «habrá un antes y un después» la que más escuché. A la hora de las fotos, los codazos disimulados ejercieron de acomodadores, todos querían dejar constancia gráfica de la gran kermesse: «Yo estuve en Frankfurt». Sospecho que con el paso de los años los recuerdos se trocarán por exageraciones, cuando no por embustes; pero es lógico, estimados lectores, ya que los escritores se nutren de mentiras que suelen adobar con despojos de su memoria.
Gracias a un acuerdo tácito con las editoriales, los relevantes llegarían un par de días después. Ello provocó más excitación entre el rebaño de aspirantes a una entrevista en el sofá azul, a reuniones que utilizarían como magnificencia personal, y a desgranar el rosario de mensajes…institucionales. A los pobres les concedieron dos días de asueto, pero nada: ni ruedas de prensa multitudinarias, ni periodistas parapetados detrás de una línea de micrófonos ni la oportunidad de hablar de la opresión histórica; que a muchos, sin embargo, les ha servido de excusa para justificar los tostones literarios habituales. Ahora bien, en un punto todos estaban de acuerdo: si la literatura catalana no funciona, es por culpa de…«los otros».
Cuando llegué al vestíbulo del hotel, observé a M., que me esperaba sentada en una butaca. Me alegré, en un arranque de nostalgia invencible, al percibir el delicado gesto que hace cuando fuma para no estropear el carmín de los labios. Pero no fue sólo eso lo que me agradó: M. lucía una pulsera que le regalé una noche de junio en la terraza de un coqueto hotel, situado sobre los acantilados de Etretat. Decidí olvidarme de...«los otros».

Freitag, Oktober 12, 2007

FRANKFURTER CHRONIKEN / 1

Aunque ustedes no lo crean, meine Damen und Herren, se puede viajar en el tiempo; para hacerlo es innecesario el artilugio de H.G.Wells o ignotas puertas interestelares; es más sencillo que todo eso: el vuelo de Lufthansa que parte del aeropuerto de Berlin-Tegel hacia Frankfurt. Después de setenta minutos de viaje llegué al lugar donde quieren vengar a Rafael Casanova, derogar el Decreto de Nueva Planta, derrocar a Felipe V, demostrar las virtudes terapéuticas del pan con tomate, resucitar a Companys, lograr que Di Stéfano juegue en el Barça, y conseguir que los almogàvers dejen de trabajar para Blackwater y pasen a engrosar la lista de los patriotas: la Feria Internacional del Libro de Frankfurt. ¡Impagable, estimados parroquianos!, me he sentido testigo de la historia.
A pesar de que faltaban algunas horas para la apertura oficial, me dirigí al malic del món con la finalidad de palpar el ambiente; aunque sería exacto si dijera para oler la excitación. Mientras los trabajadores ultimaban los detalles y yo deambulaba a la caza de documentación, tuve la primera sorpresa: me encontré a una colega catalana, a la que llamaremos M., y con la que hace unos años…en fin, ustedes ya me entienden. En vista de que era temprano y todavía faltaban algunas horas para el comienzo de los «15 minutos catalanes», decidí invitarla a comer un magnífico codillo a un local del barrio de Sachsenhausen, cuyo tino con el manjar antes mencionado sólo lo supera el Schweizerhaus vienés. ¡Qué situación más curiosa, estimados lectores! Descubrí que ahora me excitaba más la perspectiva de un codillo con warmer Krautsalat que un cuerpo que tenía a escasos centímetros de mí, y que antes me había hecho estremecer. Sin embargo, pude comprobar que a ella todavía la estimulaba el escuchar a un extranjero — entiéndase sinónimo de bárbaro— que se dirigía a ella en su lengua vernácula. Tan era así, que por un momento eché de menos las botas de agua y cuatro kilos de serrín. El ágape transcurrió como suele ser habitual en esas situaciones: bordeando la peligrosa frontera que existe entre los recuerdos (buenos y malos) y lo que pudo haber sido. Después de saciar nuestro apetito, nostalgia y curiosidad, regresamos al ágora de la vida cultural catalana. No pudimos escoger mejor momento, ya que éste coincidió con la llegada de los amanuenses. ¡Qué algarabía, qué júbilo patriótico! Imperaba un cierto aire de excursión de fin de curso y el entusiasmo de un gaudeamus a gastos pagados. A mí me parecieron un rebaño, sobre todo por la expresión de sus ojos y miradas: la de las vacas cuando observan el pasar de los trenes. Pastoreando el tropel, un sinfín de políticos, cuyo número doblaba al de escritores, se empeñaba en dejar claro quien pagaba el bodorrio. Me resultó extraño lo que presencié, meine Damen und Herren, porque parecía un vaivén peregrino, sin fundamento, súbito, de un enjambre de abejas alrededor del tocón de un árbol. Algunos de los representantes de la cultura catalana — de tercera fila, todo hay que decirlo— observaron los grandes rótulos y carteles que anunciaban diferentes mensajes; además, lo hacían como si leyeran un ultimátum o un memento mori. Sus sonrisas delataban su satisfacción, pero yo no pude evitar pensar que lo importante no necesita letras grandes para explicarse; y lo ínfimo, sí. Creo que la excelsa representación cultural catalana considera a la tipografía una doctrina, de ahí que sólo valore la imagen y no la esencia. Después de repasar la lista de autores catalanes, comprendí el porqué necesitan grandes tipos: su importancia y contenido es magro, muy magro.
Mientras se acercaba el comienzo de la boutade, M. ejerció de improvisado chambelán y me presentó a varios sujetos. Todos, por eso, se sorprendieron al escuchar en boca de un Barbar el catalán. Me limité a conversaciones de rigor, estrechar manos furtivamente y escuchar mensajes estereotipados. Mi primera impresión es que muchos no saben a lo que van; al margen del gorreo. Sin embargo, un extraño hombrecillo, después de intentar convencerme de que la literatura alemana está sobrevalorada, me demostró que sí sabía a lo que iba: se acercó, adoptó ese tono de voz confidencial que algunos utilizan para darse importancia, y me planteó una pregunta: « ¿Qué tal las putas por aquí?»
Lo cierto es que yo desconocía cuál debía ser mi respuesta, pero ya que estábamos en una feria de literatura y lo había preguntado un escritor, decidí ser diplomático: «Bien. Algunas, entre polvo y polvo, leen mucho».
M. se acercó para pedirme que me sentara junto a ella: el discurso inaugural comenzaba.

Montag, Oktober 08, 2007

EN LA PESCADERÍA



BESUGO: 2. m. Persona torpe o necia.

Rape, 38,52 €/Kg; Dorada, 14,95 €/Kg.; Mejillones, 6,60 €/Kg.; Navajas, 17,35 €/Kg.; Gambas, 27,45 €/Kg.; ésos fueron los precios de los ingredientes que compré para la cena del sábado pasado. Herr Claasen, mi pescadero, siempre tiene buen género: fresco, con entrañas que huelen a mar y salitre, carnes prietas pero que se deshacen en la boca, recubierto de una brillante y metálica armadura de escamas, agallas rojas, y unos ojos que, incluso después de muertos, muestran viveza. Fui al mercado con la intención de comprar atún, pero el precio que había fijado Herr Claasen me pareció excesivo: 82, 25 €/Kg. A pesar de mi fingido enfado, no quiso rebajarme nada; para ello se escudó en una retahíla de malas excusas sobre la dureza de la vida del pescador, los intermediarios y la calidad excelsa del atún. Con todo y con eso no compré, ejercí uno de los tres tipos de votos: el económico.
Los precios que fija ZP, el directo al vertedero, son una opaca nebulosa donde nada se ve pero todo se huele; es decir: pescado podrido. De todas formas, él sabe lo bien que funcionan la mentira y el engaño en la sociedad española, y sigue viviendo en su eterno doble discurso. Desarbolado y a la deriva, el gran estadista leonés ha decidido jugarse el resto mediante la escenificación y la teatralización; ahora se trata de lograr impactos fuertes y efímeros. Y para lograrlo, nada como recurrir a las cualidades negativas que poseen los que no giran en la órbita progresista. Que éstas sean inexistentes es lo de menos, lo importante es decir algo en el momento oportuno. Debo reconocerles, meine Damen und Herren, que mezclar términos como «decir algo» y «oportuno» con ZP se me antoja el colmo del antagonismo.
Las encuestas que día tras día se publican persiguen un fin: impregnar a los electores con la creencia de que la situación es de empate. El porqué es muy sencillo: ZP necesita movilizar a todo el electorado posible, y para ello quiere que cale el mensaje de que sin él no hay vida. No olviden, estimados parroquianos, que advertir de toda clase de peligros es una manera muy efectiva de ganar simpatizantes; menguados de intelecto, cierto, pero simpatizantes al fin y al cabo. El pobre Rodríguez desea abandonar el sendero del espectáculo y quiere caminar por el del mérito. ¡Pobre hombre!: siempre llega tarde a donde nunca pasa nada. Ahora toca la diligencia del gandul: detener a los hombres de paz; prometer las cosas más estrafalarias; explicar las mentiras más inverosímiles; y rezar, rezar mucho y con devoción para que los españoles vuelvan a comprar el producto defectuoso de un mercader embustero. Es la sociedad la que debe reconocer el nulo mérito de Rodríguez, porque eso permitirá que sean los ciudadanos los que se conviertan en el mérito mismo. Aunque, de todas formas, el decoro de los españoles se demostrará cuando repudien a uno de los políticos más besugos que la historia contemporánea ha proporcionado. En los próximos meses, ZP aspira a conseguir la fama, pero no ha entendido que la fama — en el antiguo significado que implicaba el término— conlleva la honra, y la deshonra viene cogida de la mano con la infamia. ¿Existe alguien más infame que Rodríguez? Él, que ha hecho de la mentira un sacramento al que seguir y del embuste un santo al que invocar, pretende renacer con una nueva imagen: la del estadista.
ZP y su caterva de menguados deberían aprender de Herr Claasen: nunca vende productos caducados. Asimismo, los españoles deberían guiarse por su olfato a la hora de comprar pescado: lo pútrido huele.

Foto: No es fresco, pero todavía se mueve.

Freitag, Oktober 05, 2007

EL COCODRILO



SET: 2. m. En el tenis y otros deportes, parte o manga de un partido, con tanteo independiente.

René Lacoste (1904-1996) demostró una gran elegancia y talento sobre las pistas de tenis. Sus indiscutibles dotes le ayudaron a ganar siete torneos de Grand Slam en categoría individual y tres en la de dobles. Sin embargo, nunca pudo obtener el auténtico Grand Slam ya que el torneo australiano se le resistió. Por su curiosa manera de moverse sobre la pista y la tenacidad que demostró, sus adversarios, aunque nunca enemigos, le bautizaron con el sobrenombre de Cocodrilo. Tan era así, que su mejor amigo, Robert Georg, le bordó un cocodrilo sobre las camisas de juego. Pero si sobre la tierra batida o la hierba Lacoste dejó patente su inteligencia, fue en los negocios donde la prolongó: en 1933, una vez retirado, creó su propia marca de ropa deportiva ( Société Chemise Lacoste), cuyo emblema era la imagen de su apodo: un cocodrilo.
ZP, el Lagartijo, ni es hábil ni tiene inteligencia; sigue haciendo de la escasez una doctrina y de la bobería un pentagrama donde escribe melodías sincopadas que pretende vender por sinfonías mozartianas. Ése pobre hombre, meine Damen und Herren, todavía no ha entendido que en la vida no hay ni premios ni castigos, sino consecuencias.
La última campaña de los socialistas españoles es patética y nos da la herramienta para comprender lo que es el crepúsculo de un imbécil contado por él mismo. El resultado, no obstante, es dramático: el idiota enfrentado a su triste destino. Con todo y con eso lo preocupante no es el burdo intento, sino el pensar que todavía existen personas que son receptivas a ese tipo de majaderías: la mesnada socialista. Si la ironía es un reducto de la inteligencia, la burricie es el baluarte de un político tan mediocre y nefasto, que sólo puede entenderse si conocemos su contexto.
El mes de marzo se acerca y con él las elecciones generales. ZP, el Barrenero, ha comprendido que no las ganará, se mueve de un lado al otro de la pista con el afán de llegar a todas las bolas para devolverlas con efecto. Pero sigue sin comprender que los reveses que ha sufrido han marcado su futuro, y mucho nos tememos que de forma irremediable. Esa extraña forma de jugar — sin subir a la red, golpes liftados y escasos de potencia, lento en los desplazamientos laterales y con un saque muy justo en el que rara vez entra el primer servicio— no es la mejor manera de ganar un partido. El público, además, se ha percatado de que la raqueta de Rodríguez está descordada y las pelotas desgastadas. A mí no me preocupa el espectáculo ridículo que presenciamos; pero sí el intento de passing shot, a la espera de una volea, que ZP, el Polonio, intenta: provocar la reacción de ETA. Deberán reconocer, meine Damen und Herren, que resulta llamativa la inactividad contra los terroristas durante tres años y que ahora, precisamente ahora, se quiera remontar el marcador para forzar el tie-break.
No quisiera pensar que con ello se busca que el partido de individuales se convierta en uno de dobles. De todas formas, no debemos olvidar que ZP, el Sagaz, siempre ha convivido en una curiosa simbiosis con los terroristas: forman parte del contexto para comprenderle. Un atentado oportuno serviría como esa lluvia que detiene el encuentro y rompe la racha del adversario: la lona cubriría la tierra, el público debería distraerse y los jueces de línea se retirarían a cubierto.
El partido de gran estadista leonés ha sido malo, y él sabe que no puede ganar un torneo de Grand Slam. ¿Qué puede hacer entonces? Distraer, despistar y discutir cada punto para romper la concentración del adversario; sin embargo hasta en eso en un patán. No creo que un vídeo en el que lo llamativo es el símbolo de René Lacoste sirva de mucho. Me interesa, eso sí, qué pensará la compañía fundada por el tenista francés respecto a la mofa que hace de sus clientes una campaña tan absurda como estéril. René Lacoste, campéon y caballero sobre las pistas, no diría nada: abriría las fauces y engulliría al lagartijo. Punto, set y partido.

Foto: René Lacoste. Wimbledon 1925.

Montag, Oktober 01, 2007

EQUILIBRIOS


EQUILIBRIO: 2. m. Situación de un cuerpo que, a pesar de tener poca base de sustentación, se mantiene sin caerse.

El propietario del tugurio donde voy a quemar mis cejas a la luz que reverberan los naipes se llama Hermann; aunque todos le conocemos por su alias: der Rote (el Rojo). El «modesto local», como Hermann lo denomina, se encuentra cerca de la Bahnhof Zoo. El rostro de der Rote es como la historia de Alemania: dos grandes cicatrices lo cruzan y luce un ojo de cristal que sólo sirve para tapar la cuenca vacía. En una ocasión me interesé por lo que yo consideraba poco tino durante el afeitado; sin embargo, la respuesta de Hermann no me sacó de dudas: «tuve que defender mi credibilidad, la palabra de un hombre no debe estar en equilibrio». Después de algo tan escueto y vago, no se me ocurrió preguntar por qué el óptico le cobra las gafas a mitad de precio.
ZP, el Funámbulo, se ha descolgado hoy del alambre con una jugosa declaración que sirve de réplica al envite de Ibarretxe: «se equivoca de país, de continente y de siglo». ¡Ah, meine Damen und Herren, tan profundo como siempre! Puede ser que el tonsurado haya cometido un error geográfico y que su reloj no esté en hora, pero si en algo no se ha equivocado es en entender qué tipo de mamarracho tiene delante; de hecho, sus palabras nos lo indican: «No me temblará el pulso con Zapatero». Es enternecedor, queridos parroquianos: un duelo entre los dos titanes de la mentira y la hipocresía.
A pocos meses de las elecciones generales, es fácil de adivinar cómo actuará ZP, el Siete Machos: mucho arreo gestual; exceso de puya decorativa; un fascinante catálogo de imágenes que indiquen una explícita voluntad de firmeza; datos y estadísticas, que el pobre no comprende; y enseñará ese voluntarismo programático de la idiotez al cual está abonado. Con todo y con eso, intentará iluminar su pomposa prosodia con un destello de solemnidad, que quedará diluido por la sólida pesadumbre que se adivina en el resto del discurso. En realidad, meine Damen und Herren, creo que ZP, el Chichas, dice esas frases para escucharse a sí mismo, ya que todavía duda sobre si está vivo o sigue sepultado en la escombrera donde se arrojaron las ruinas de la terminal del aeropuerto de Barajas. Nosotros, queridos lectores, seguiremos con la abnegación del huérfano los esfuerzos de ese plomo por mantenerse a flote. No obstante, debo reconocerles que ZP no nos defraudará, porque no puede defraudar aquel del que nada esperamos; y si esperamos algo, siempre será lo peor. Un país con tantas promesas incumplidas y tantas mentiras tejidas sobre un interesado proteccionismo de los medios de comunicación, necesita algo más para que ZP, el Cangrejo, resulte creíble. Con todo y con eso, los ilusos seguirán con sus ojos clavados en el cielo a la espera del maná prometido; pero éste no llegará: tendrán que conformarse con frases solemnes y algún mendrugo. Mientras escribo estas líneas, se me ocurren inquietantes hipótesis: ¿se imaginan qué bien lo pasaríamos si ZP gana las próximas elecciones? ¡Ah, qué morboso interés despiertan las dudas! No se inquieten, meine Damen und Herren, el iluminado ha entrado en barrena. Pero eso es lo que suele ocurrir cuando alguien cojo, manco y esquizofrénico, decide hacer equilibrios sobre el alambre que sujetan sus «socios»: apártense, que el fulano cae a plomo.
En una ocasión, una de tantas, la suerte me fue adversa y no pude saldar mis deudas de juego la misma noche. Azorado, hablé con Hermann y me comprometí a pagar tres días más tarde. Mientras que él calibraba la firmeza de mi credibilidad, yo fijé mi vista en su ojo de cristal, ya que me resultaba más sencillo observar algo que no reflejaba emoción alguna. Transcurridos unos segundos, fue lacónico: «sé que pagarás, no eres tonto». Nunca sabré si era un halago o una amenaza, pero no quise salir de dudas. Sin embargo, a la semana siguiente la fortuna me sonrió y gané un buen pico. Para celebrarlo, invité a cenar a Hermann, y entonces fue él quien rompió mis vacilaciones: «Nicholas, me refería a la cena». Yo le creí, meine Damen und Herren: un hombre que se deja rajar la cara por su credibilidad merece mi confianza. Otros, por el contrario, seguirán con sus equilibrios y con sus ojos de cristal; opaco, por supuesto.

Foto: Existen equilibrios imposibles, aunque si yo les contara...