Freitag, Oktober 12, 2007

FRANKFURTER CHRONIKEN / 1

Aunque ustedes no lo crean, meine Damen und Herren, se puede viajar en el tiempo; para hacerlo es innecesario el artilugio de H.G.Wells o ignotas puertas interestelares; es más sencillo que todo eso: el vuelo de Lufthansa que parte del aeropuerto de Berlin-Tegel hacia Frankfurt. Después de setenta minutos de viaje llegué al lugar donde quieren vengar a Rafael Casanova, derogar el Decreto de Nueva Planta, derrocar a Felipe V, demostrar las virtudes terapéuticas del pan con tomate, resucitar a Companys, lograr que Di Stéfano juegue en el Barça, y conseguir que los almogàvers dejen de trabajar para Blackwater y pasen a engrosar la lista de los patriotas: la Feria Internacional del Libro de Frankfurt. ¡Impagable, estimados parroquianos!, me he sentido testigo de la historia.
A pesar de que faltaban algunas horas para la apertura oficial, me dirigí al malic del món con la finalidad de palpar el ambiente; aunque sería exacto si dijera para oler la excitación. Mientras los trabajadores ultimaban los detalles y yo deambulaba a la caza de documentación, tuve la primera sorpresa: me encontré a una colega catalana, a la que llamaremos M., y con la que hace unos años…en fin, ustedes ya me entienden. En vista de que era temprano y todavía faltaban algunas horas para el comienzo de los «15 minutos catalanes», decidí invitarla a comer un magnífico codillo a un local del barrio de Sachsenhausen, cuyo tino con el manjar antes mencionado sólo lo supera el Schweizerhaus vienés. ¡Qué situación más curiosa, estimados lectores! Descubrí que ahora me excitaba más la perspectiva de un codillo con warmer Krautsalat que un cuerpo que tenía a escasos centímetros de mí, y que antes me había hecho estremecer. Sin embargo, pude comprobar que a ella todavía la estimulaba el escuchar a un extranjero — entiéndase sinónimo de bárbaro— que se dirigía a ella en su lengua vernácula. Tan era así, que por un momento eché de menos las botas de agua y cuatro kilos de serrín. El ágape transcurrió como suele ser habitual en esas situaciones: bordeando la peligrosa frontera que existe entre los recuerdos (buenos y malos) y lo que pudo haber sido. Después de saciar nuestro apetito, nostalgia y curiosidad, regresamos al ágora de la vida cultural catalana. No pudimos escoger mejor momento, ya que éste coincidió con la llegada de los amanuenses. ¡Qué algarabía, qué júbilo patriótico! Imperaba un cierto aire de excursión de fin de curso y el entusiasmo de un gaudeamus a gastos pagados. A mí me parecieron un rebaño, sobre todo por la expresión de sus ojos y miradas: la de las vacas cuando observan el pasar de los trenes. Pastoreando el tropel, un sinfín de políticos, cuyo número doblaba al de escritores, se empeñaba en dejar claro quien pagaba el bodorrio. Me resultó extraño lo que presencié, meine Damen und Herren, porque parecía un vaivén peregrino, sin fundamento, súbito, de un enjambre de abejas alrededor del tocón de un árbol. Algunos de los representantes de la cultura catalana — de tercera fila, todo hay que decirlo— observaron los grandes rótulos y carteles que anunciaban diferentes mensajes; además, lo hacían como si leyeran un ultimátum o un memento mori. Sus sonrisas delataban su satisfacción, pero yo no pude evitar pensar que lo importante no necesita letras grandes para explicarse; y lo ínfimo, sí. Creo que la excelsa representación cultural catalana considera a la tipografía una doctrina, de ahí que sólo valore la imagen y no la esencia. Después de repasar la lista de autores catalanes, comprendí el porqué necesitan grandes tipos: su importancia y contenido es magro, muy magro.
Mientras se acercaba el comienzo de la boutade, M. ejerció de improvisado chambelán y me presentó a varios sujetos. Todos, por eso, se sorprendieron al escuchar en boca de un Barbar el catalán. Me limité a conversaciones de rigor, estrechar manos furtivamente y escuchar mensajes estereotipados. Mi primera impresión es que muchos no saben a lo que van; al margen del gorreo. Sin embargo, un extraño hombrecillo, después de intentar convencerme de que la literatura alemana está sobrevalorada, me demostró que sí sabía a lo que iba: se acercó, adoptó ese tono de voz confidencial que algunos utilizan para darse importancia, y me planteó una pregunta: « ¿Qué tal las putas por aquí?»
Lo cierto es que yo desconocía cuál debía ser mi respuesta, pero ya que estábamos en una feria de literatura y lo había preguntado un escritor, decidí ser diplomático: «Bien. Algunas, entre polvo y polvo, leen mucho».
M. se acercó para pedirme que me sentara junto a ella: el discurso inaugural comenzaba.

5 Comments:

Anonymous Anonym said...

Esos reencuentros... mmm... yo les llamo golpes de destino.

Respecto a la pregunta del "hombrecillo": SIN COMENTARIOS ;S

Tu respuesta: insuperable!!!

Beso

10:06 AM  
Blogger Ninguno said...

Vaya, vaya... increíble lo del buen hombre, y la buena mujer claro. Me he reído mucho, y falta hace.

Pero, ¿es ésta sólo la primera parte de la crónica? Espero impaciente sus palabras.... Es más, no haré otra cosa, sábalo!

Un saludo!

5:49 PM  
Blogger Nicholas Van Orton said...

VIOLETA:

El destino siempre golpea, tenaz opositora. En cuanto a mi respuesta: ¿qué podía decir?
Besos.

5:06 AM  
Blogger Nicholas Van Orton said...

MARTA:

No deseo que estés impaciente y he colgado las dos restantes. Por cierto: lo de "sábalo" me ha llegado al corazón, pucelana.
Saludos.

5:08 AM  
Blogger El Cerrajero said...

jajaja ¡que grande! jajajaa

1:52 PM  

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