DE PLUMAS Y DEMÁS
INOPORTUNO .- 1. adj. Fuera de tiempo o de propósito.
A pesar de que no padezco de «ornitofobia»,debo reconocerles que no me gustan las aves. Solamente existe una manera de que me acerque a ellas sin reparo: previa cocción, asado o fritura. Mi aversión por la volatería tiene tres protagonistas: las palomas, los loros y los buitres. Cada uno de esos casos obedece a un motivo. En el caso de las palomas se debe a esa imagen asquerosa que lucen: sucias, llenas de parásitos, con sus patas deformadas por la enfermedad y sus ojos anaranjados que me resultan amenazadores. También ayuda, qué duda cabe, el hecho de que alguna de esas «ratas aéreas» decida dejar su impronta en mi coche el día que lo he lavado. Respecto a los loros subyace una cuestión familiar: mi abuela tuvo un loro — Klaus para más señas— que amargó cada una de las visitas que realicé al domicilio de mis abuelos. El horrendo animal, con un comportamiento semejante al de ZP — duplicación de mensajes, movimientos repetitivos y mirada de no enterarse de nada— sobrevivió tres meses a mi abuela. Sin embargo, y una vez que el plumífero sucumbió debido a una ingesta accidental de perejil, yo fui el responsable de darle «digna sepultura»: una mortaja de páginas del Frankfurter Allgemeine, bolsa de supermercado y el contenedor más próximo. No obstante, sentí la piadosa obligación de pronunciar un breve responso: «ya era hora, cabrón». Los western son los responsables de mi poco cariño a los buitres: siempre planeaban sobre el bueno cuando éste desfallecía en la consecución de su empresa. Desde Randolph Scott, John Wayne y James Stewart, todos los protagonistas de dicho género han sentido de cerca el sonido ronco y silbante de esos carroñeros. Con el conocimiento que poseo de la sociedad española, puedo aseverar que la muerte de la cuñada de Felipe de Borbón ha excitado el planear de los carroñeros de la prensa rosa. No voy a opinar sobre las circunstancias de la muerte, ya que la desdichada ha ejercido uno de los pocos privilegios que tenemos los humanos, siempre que la valentía o la desesperación nos acompañe: disponer de nuestra vida. Por el contrario, sí quiero escribir sobre una sencilla frase que me ha resultado significativa: «Gracias por la comprensión de todos, y sentimos…”el mojón” que estáis sufriendo, ¡eh!».
Estas palabras las pronunció el que será su próximo, y último, Rey de España. Si alguien escribiera un compendio sobre la inoportunidad, ése sería el primer capítulo.
La relación de la sociedad española con la monarquía siempre se ha comportado como un péndulo que bascula de un extremo al otro: apoyo interesado y rechazo visceral. Es evidente que algo está cambiando en España, ya que hasta la fecha hubiera sido impensable leer todo lo que en los últimos meses sale a la luz pública sobre los soberanos, sus vástagos y los…«añadidos»; en esta última categoría englobo a los cuñados, yernos y tesoreros.
No creo que haya nada tan antagónico como democracia y monarquía, de hecho, yo propondría a la R.A.E. la incorporación como antónimo del término. Como republicano convencido — de espíritu y nacionalidad— anhelo que España se incorpore al elenco de países desarrollados, como son los que disfrutan de una república. El «pobre» Felipe de Borbón no gozará de tanto margen como su padre: oportuna amnesia de la plebe; lógico miedo ante un cambio de régimen; forzada mudez de la prensa; increíbles operaciones montadas para un presunto lucimiento personal; y silencio ante increíbles y rápidos enriquecimientos: el péndulo oscila hacia el lado contrario. Con su hierático comportamiento, el regio heredero ha demostrado no conocer el carácter de los españoles. Éstos, con su idiosincrasia que nace de las entrañas y no de la razón, hubieran valorado más las lágrimas, las frases entrecortadas por las babas ante el dolor de la esposa, los balbuceos del que se sabe ante una tragedia y la mirada ausente del que se preocupa más por el nacimiento de su próximo hijo y no por la representación adecuada. En Inglaterra hubiera funcionado, pero no en España. No hay que olvidar que lo único en común que tienen ambos países — por suerte para los españoles— es el peñón de Gibraltar, nada más.
Lo dicho: el próximo y el último; hasta que el péndulo regrese, que siempre lo hace en España.
Lo dicho: el próximo y el último; hasta que el péndulo regrese, que siempre lo hace en España.
2 Comments:
Yo pensé que había dicho "remojón"...
THANK YOU... ;)
VIOLETA:
Ambas me sirven, pero me inclino por mi opción.
Saludos.
BITTE
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