Samstag, Februar 10, 2007

CARY GRANT


Yo perdí mi inocencia en un cine de Munich por deseo de una amiga noruega de grato recuerdo: generosos senos, prometedoras curvas, «aviesas» pero dulces intenciones e ideas claras y rápidas. No piensen mal, meine Damen und Herren, existen muchas inocencias que debemos perder a lo largo de la vida. Me referiría a mi inocencia cinematográfica sobre Cary Grant. Hasta entonces siempre pensé que Alexander Archibald Leach — el nombre auténtico del galán— era el hombre perfecto para las comedias: humor distinguido pero chispeante; atildado hasta cuando se levanta de la cama; guapo, muy guapo; encantador aire de despiste y sonrisa clara y franca. Mi amiga noruega, a la que llamaremos K. para que ustedes no sepan que se llama Karen, se empeñó en llevarme a ver Sospecha, película dirigida por Alfred Hitchcock en 1941. Durante los primeros minutos creí que estaba ante la misma historia: simpático tunante que desea engatusar a la inocente Joan Fontaine. Después, preso de la duda y turbado por las consecuencias, contemplé a un dual Cary Grant, que me pareció un asesino sin escrúpulos ávido del dinero de la joven. La escena del vaso de leche derrumbó la imagen que tenía del actor y me hizo temer lo peor. Afortunadamente todo quedó en una artera trama, pero mi amiga K. había logrado sembrar en mi imagen de Cary Grant la sospecha: nunca volvería a ser igual.
Con el asunto de la recusación del magistrado Pérez Tremp ocurre algo parecido: alguien nos abrió los ojos. Yo nunca he creído en la imparcialidad del Tribunal Constitucional español. La forma de componerlo ya es harto sospechosa: 4 miembros nombrados por el Congreso de los Diputados, 4 por el Senado, 2 por el Gobierno y 2 por el Consejo General del Poder Judicial. En román paladino, por los políticos.
A pesar de tratarse de un órgano jurisdiccional y no político, cuando el gobierno de turno lo ha necesitado siempre se aprestó a socorrerle, y se mostró como un brazo más del poder político o una prolongación del Consejo de Ministros; con toga y puñetas, eso sí. De esa manera, un órgano que debería ser la piedra angular del Estado de derecho se convierte en un patio de monipodio donde dirimir las controversias políticas: feo asunto.
El Estatuto de Cataluña adolece de muchas cuestiones: frivolidad, precaria constitucionalidad, superficialidad en su redacción, técnica incompleta y es, sin duda alguna, una afrenta a la unidad de España. Nada nuevo, es lo habitual en los «grandes» proyectos de ZP, el Trocheymoche. No ha sido el PP con su recusación el que ha metido en la arena política al T.C., sino éste mismo con algunas de sus actuaciones anteriores y otras actuales. Pérez Tremp ha demostrado no estar a la altura de las circunstancias, ya que si tanto le preocupaba la credibilidad de la institución debería haber manifestado su intención de abstenerse: es lo mejor ante la mínima duda o sospecha. Ahora, y haga lo que haga, el curioso edificio circular habrá quedado vacío de lo que debería ser su principal bagaje: la credibilidad. No realizaré valoraciones sobre si el informe que el magistrado realizó por encargo de la Generalitat fue hecho cuando sólo era un catedrático de Derecho Constitucional; pero sí creo que la imparcialidad del magistrado se vendió por unos cuantos folios y una determinada cantidad de dinero. Si el mercachifle con toga dimite pensaremos que lo hace para favorecer a sus amos, y si no lo hace éstos se sentirán traicionados: ¡qué dilema, estimados parroquianos! Asimismo, y en lugar de atemperar los ánimos, la cofradía de la toga y las puñetas arroja un cubo de gasolina a los rescoldos: todavía se desconoce el texto del auto de recusación pero ya se emiten manifiestos en su contra. ¡Impagable!, nada volverá a ser como antes.
Con mi amiga K. ocurrió algo parecido. Hace tres años me envió una fotografía de ella y una cariñosa carta; volví a perder la inocencia: tres pequeños vikingos a su lado — sus hijos—; las curvas habían desaparecido por arte gastronómico; los senos eran fellinianamente generosos y demostraban la existencia de la ley de la gravedad; y las aviesas intenciones habían quedado entre la penumbra de un cine de Munich. Desconozco cómo serán sus ideas en la actualidad, pero yo preferí aferrarme a mis recuerdos: es lo conveniente cuando la sospecha entra por la puerta y la inocencia salta por la ventana. En ocasiones también me gustaría poder dimitir, lo que hará el magistrado mercader; ya lo verán.
Photo: Cary Gran y Joan Fontaine. Sospecha (1941)

4 Comments:

Blogger El Espantapájaros said...

Sobre el anterior artículo que escribiste, el de la inoportunidad, es cierto que el presunto suicidio de la cuñada del Príncipe no ha sido lo más beneficioso para la Monarquía, pues todo ha quedado en pasto de prensa rosa y los protagonistas, de la llorosa Princesa (a mi entender, debería haberse comportado con mayor entereza y no haber llorado en público, aunque en las mujeres sea disculpable) a las salidas de tono, muy campechanas, eso sí, del Rey, no han dado la talla, por más melindrosos que nos pongamos. Me gustaría haber visto más dignidad, más recato y la no cancelación de los viajes oficiales iniciados. Pero yo seguiré apostando por la Monarquía borbónica, y más cuando pienso que lo último que nos falta para rematarnos en España es un cambio de sistema tan radical. Además, si malo es tener un Rey tan...gracioso, ni me imagino lo que podría ser un Jefe de Estado salido de un partido político.

En cuanto al TC, estoy de acuerdo en que, para cuestiones realmente importantes, es un completo fraude. Lo resumiste a la perfección hace dos artículos, en el titulado "El metafísico": no me preocupo por una crebilidad y prestigio inexistentes. Haga lo que haga el TC con el Estatuto de Cataluña, cualquiera podrá dudar ya, con el caso de Tremps, de su imparcialidad y desligitimar su sentencia. Este TC es tan inútil como el Tribunal de Garantías Constitucionales de la II República. ¡Cuántos errores hemos heredado de esa época y de su pésima constitución!

Un saludo

6:53 PM  
Blogger El Cerrajero said...

Aún a pesar del sistema de elección de sus miembros, el TC podría funcionar de una manera más o menos correcta si esto fuera una Democracia 'seria' y no lo que es y que técnicamente se califica como 'el coño de la Bernarda'.

Esto es así porque sobre la combinación (des)gobierno del P$o€ + TC ya no hay sospecha sino certeza, una certeza monumental que nació en el mismo momento que colegiadamente y con el voto de calidad del presidente del TC, se dió el visto bueno al asesinato de la abeja rumasera.

2:08 AM  
Blogger Nicholas Van Orton said...

ESPANTAPÁJAROS:

Esa será nuestra eterna discrepancia. Sin embargo, debo señalar que creo que la sociedad española no tiene la suficiente madurez democrática para disfrutar de un régimen republicano. Estoy convencido de que si no existiera la monarquía en España el Pte. de la República seguiría siendo Felipe Gléz. Influyen otras cuestiones: el eterno sectarismo español; confusión entre temas; inmadurez; etc.
Respecto al T.C. creo que ya lo he dicho todo.No obstante, creo que la nefasta política de ZP también logra abrir brechas en la credibilidad de estamentos que deberían mostrarse sólidos y sin mácula. Prepárate, querido amigo, porque os llegarán tiempos peores.
Saludos

2:56 AM  
Blogger Nicholas Van Orton said...

CERRAJERO:

A ése caso me refería cuando escribí que el T.C. se crea sus propios problemas. Mientras la sociedad española sea tan propicia a la politización, nada merece mucha confianza. A todos les gusta el poder, cada uno en su parcela, y si un magistrado del Constitucional quiere mantenerse en el "éxito" debe pagar el peaje. Ya lo dice Calderón en "La vida es sueño": "Sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende,..."
Saludos.

3:02 AM  

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