DE PLAYAS (3): EUROS Y CALDERILLA.
CALDERILLA: 1. f. Conjunto de monedas de escaso valor.
La copa de cristal rezumaba el frío de la cerveza, un rocío ficticio que mis dedos enjugaban. Me acerqué a la barra para abonar las consumiciones, deseaba bañarme otra vez junto a K. Entregué un billete de veinte euros y observé la calderilla que el camarero me devolvió: encontré una moneda con el águila alemana.
Alemania necesitaba una moneda que no se viera afectada por las devaluaciones de otras; no olviden que el crecimiento de mi país está vinculado a la exportación y en mantener una situación de privilegio respecto a otras naciones cuyas monedas poseen un tipo de cambio tan artificial como artero. Si países como España, Italia, Francia y Grecia pudieran devaluar su moneda como antes, Alemania tendría dificultades para exportar. Ahora, sin embargo, ninguno de ellos controla nada. No obstante, existe una posibilidad de devaluación para un país, lo que les ocurrirá a ustedes: prolongada deflacción; pérdida de poder adquisitivo e incluso empobrecimiento; control de salarios cuando no reducción que se sostendrá gracias a las tremendas bolsas de desempleados que se enquistarán en el tejido social y económico español. Creer que naciones tan diferentes como Alemania y España pueden formar una unión económica resulta tan extravagante y dispar como las orejas de Frau Pajín. Sí, sí, meine Damen und Herren, fíjense en esa caricatura humana: la oreja izquierda es tan lisa como el intelecto de su propietaria mientras que la derecha está surcada por pliegues y recovecos. ¡Qué poco charme!, ¿estamos ante un caso de fealdad asimétrica? Me resulta extraño, estimados parroquianos, en cualquier asunto vinculado a Rodríguez podremos aplicar el término «asimétrico». Con su venia, queridos lectores, prosigo. En un comentario de respuesta expliqué que ya no se necesitan ejércitos para invadir países, bastarán una moneda única, un banco central y naciones sin potestad para fijar sus propios criterios económicos. Con todo y con eso, entiendo que gobernantes de tan baja estofa y magro intelecto como nuestro admirado José Luis Rodríguez, el Puma, son la mejor ayuda para que una nación termine convertida en una colonia. Tal y como les expliqué, la economía alemana es potente, sólida, con valor añadido en sus productos, inflación reducida, enfocada a la exportación; y nada más adecuado para redondear todas esas virtudes que una moneda que elimina la volatilidad del tipo de cambio; es decir: el euro. Asimismo, me permito recordarles que Alemania se permite el lujo de destinar casi el 3,4% del PIB a la tan manida reunificación. Aun así, hemos de destinar nuestros fondos a pagar las autovías españolas y saldar los dislates que esos griegos quincalleros— disculpen la redundancia—realizan con el dinero. Como ustedes bien saben, este es un tema que da para mucho; sobre todo cuando establecemos paralelismos entre estadistas y mamarrachos. Los españoles deben agradecer que esos dos farallones de la Economía— José Luis Rodríguez, el Puma, y Elena Salgado, la Mojama— tengan las manos y los pies atados; aunque también sería de menester que alguien les tapara la boca. Meine Damen und Herren, ¿se imaginan qué harían esos paletos si no dependieran del Banco Central Europeo y no tuvieran que plegarse a las exigencias de otras naciones? Yo no quiero ni pensarlo, prefiero hurgar en las orejas de Frau Pajín, aunque sea con la lengua, estimados parroquianos. De la misma manera, merece nuestra carcajada el boato rimbombante del palurdo con el que Rodríguez pretende impartir lecciones a otros países: ya les sugerí que deberían encerrarlo de vez en cuando. ¿No le resulta ridículo que un tipo que es incapaz de poner orden en su casa pueda decidir sobre la economía de otros países? No soy partidario de que se expulse a nadie del euro, pero sí defiendo que los mamarrachos no formen parte del grupo que toma las decisiones; aunque sea para no ver nunca más a Rodríguez con esos ridículos auriculares mientras asiente ante su incapacidad para entender: el que incumple no puede exigir.
El nombre «Europa» es un término geográfico, meine Damen und Herren, no cultural. Permítanme que les señale un ejemplo: mientras que los alemanes hemos luchado, y aún lo hacemos, para unir nuestra nación, ustedes disfrutan de un zopenco que en seis años ha logrado desunir, enfrentar y dividir a su propio pueblo por los intereses bastardos que encarna el socialismo español. Asimismo, ese mequetrefe de la inteligencia y la moral no duda en discriminar a las regiones de España en función del partido que gobierna en la autonomía. ¿Unión Europea?; con semejantes mamarrachos no me interesa. De nuevo citaré al gran Aristóteles, queridos lectores: «Cada perro que se lama sus cojones».
Si el gran subnormal, para el que solicito el premio Nobel de la imbecilidad, pudiera, habría devaluado la peseta, abocaría a España a una inflación sin precedentes y conduciría a su pueblo hacia la pérdida de todo lo que ustedes ganaron durante las últimas dos décadas. De la misma forma, si España abandonara el euro, las consecuencias serían devastadoras, ya que la economía se resentiría durante varios lustros y el nivel de vida de los españoles perdería entre un 35% y un 40%. De nuevo, meine Damen und Herren, releer lo escrito me provoca una reflexión: a lo mejor es lo que desea Rodríguez, un país empobrecido, sin clase media, a lomos del burro de Torremolinos y que se abanica con las orejas de Frau Pajín. De todas formas ustedes no se preocupen, queridos lectores, porque ahora una fracasada—Angela Merkel— vela por ustedes, incluso por el gran subnormal. Soy consciente de que esa situación provocará molestias: menos botijo; dejar de tocar la pandereta; cambio en la mentalidad de los empresarios españoles; más amor al trabajo, el ahorro y la productividad; una economía diversificada; descanso para el ladrillo; eliminar subvenciones; profesionalidad; más cultura; entender que la corrupción es antitética con la política. A lo mejor confío demasiado, meine Damen und Herren, no lo sé. No obstante, es evidente que Obama, el primer presidente judío de EE.UU. y gran muftí de Washington, hace su trabajo respecto al dólar: defensa férrea de una moneda decrépita para que sea Europa la que financie las locuras de un imperio en decadencia. Por lo tanto, de los gobiernos europeos depende que el euro no se convierta en calderilla; pero no incluyo a todos los europeos, claro está, porque nuestro siempre admirado José Luis Rodríguez, el Puma, es un lacayo que sólo triunfaría más allá de las columnas de Hércules; ya saben: las quimbambas de la gansada.
K. y yo regresamos a la toalla con nuestras manos entrelazadas. No les puedo explicar el porqué, estimados parroquianos, pero antes de tumbarme y cerrar los ojos, excavé un pequeño hoyo en la arena y enterré la moneda de dos euros acuñada con el águila alemana. Un sinfín de pensamientos bullía en mi cabeza cuando K. me formuló una pregunta: « ¿En qué piensas?». Mis labios se estrecharon hasta formar una fina línea, una sonrisa breve de acuerdos silenciosos; luego llegó mi respuesta: «En lo mucho que te amo». K. se levantó, alargó su mano y me invitó a bañarnos. Sin embargo, meine Damen und Herren, no pude olvidar mientras corríamos hacia la orilla la moneda sepultada: el agua estaba fría.
Foto: Una playa y dos bañistas. Nvo (2010).
La copa de cristal rezumaba el frío de la cerveza, un rocío ficticio que mis dedos enjugaban. Me acerqué a la barra para abonar las consumiciones, deseaba bañarme otra vez junto a K. Entregué un billete de veinte euros y observé la calderilla que el camarero me devolvió: encontré una moneda con el águila alemana.
Alemania necesitaba una moneda que no se viera afectada por las devaluaciones de otras; no olviden que el crecimiento de mi país está vinculado a la exportación y en mantener una situación de privilegio respecto a otras naciones cuyas monedas poseen un tipo de cambio tan artificial como artero. Si países como España, Italia, Francia y Grecia pudieran devaluar su moneda como antes, Alemania tendría dificultades para exportar. Ahora, sin embargo, ninguno de ellos controla nada. No obstante, existe una posibilidad de devaluación para un país, lo que les ocurrirá a ustedes: prolongada deflacción; pérdida de poder adquisitivo e incluso empobrecimiento; control de salarios cuando no reducción que se sostendrá gracias a las tremendas bolsas de desempleados que se enquistarán en el tejido social y económico español. Creer que naciones tan diferentes como Alemania y España pueden formar una unión económica resulta tan extravagante y dispar como las orejas de Frau Pajín. Sí, sí, meine Damen und Herren, fíjense en esa caricatura humana: la oreja izquierda es tan lisa como el intelecto de su propietaria mientras que la derecha está surcada por pliegues y recovecos. ¡Qué poco charme!, ¿estamos ante un caso de fealdad asimétrica? Me resulta extraño, estimados parroquianos, en cualquier asunto vinculado a Rodríguez podremos aplicar el término «asimétrico». Con su venia, queridos lectores, prosigo. En un comentario de respuesta expliqué que ya no se necesitan ejércitos para invadir países, bastarán una moneda única, un banco central y naciones sin potestad para fijar sus propios criterios económicos. Con todo y con eso, entiendo que gobernantes de tan baja estofa y magro intelecto como nuestro admirado José Luis Rodríguez, el Puma, son la mejor ayuda para que una nación termine convertida en una colonia. Tal y como les expliqué, la economía alemana es potente, sólida, con valor añadido en sus productos, inflación reducida, enfocada a la exportación; y nada más adecuado para redondear todas esas virtudes que una moneda que elimina la volatilidad del tipo de cambio; es decir: el euro. Asimismo, me permito recordarles que Alemania se permite el lujo de destinar casi el 3,4% del PIB a la tan manida reunificación. Aun así, hemos de destinar nuestros fondos a pagar las autovías españolas y saldar los dislates que esos griegos quincalleros— disculpen la redundancia—realizan con el dinero. Como ustedes bien saben, este es un tema que da para mucho; sobre todo cuando establecemos paralelismos entre estadistas y mamarrachos. Los españoles deben agradecer que esos dos farallones de la Economía— José Luis Rodríguez, el Puma, y Elena Salgado, la Mojama— tengan las manos y los pies atados; aunque también sería de menester que alguien les tapara la boca. Meine Damen und Herren, ¿se imaginan qué harían esos paletos si no dependieran del Banco Central Europeo y no tuvieran que plegarse a las exigencias de otras naciones? Yo no quiero ni pensarlo, prefiero hurgar en las orejas de Frau Pajín, aunque sea con la lengua, estimados parroquianos. De la misma manera, merece nuestra carcajada el boato rimbombante del palurdo con el que Rodríguez pretende impartir lecciones a otros países: ya les sugerí que deberían encerrarlo de vez en cuando. ¿No le resulta ridículo que un tipo que es incapaz de poner orden en su casa pueda decidir sobre la economía de otros países? No soy partidario de que se expulse a nadie del euro, pero sí defiendo que los mamarrachos no formen parte del grupo que toma las decisiones; aunque sea para no ver nunca más a Rodríguez con esos ridículos auriculares mientras asiente ante su incapacidad para entender: el que incumple no puede exigir.
El nombre «Europa» es un término geográfico, meine Damen und Herren, no cultural. Permítanme que les señale un ejemplo: mientras que los alemanes hemos luchado, y aún lo hacemos, para unir nuestra nación, ustedes disfrutan de un zopenco que en seis años ha logrado desunir, enfrentar y dividir a su propio pueblo por los intereses bastardos que encarna el socialismo español. Asimismo, ese mequetrefe de la inteligencia y la moral no duda en discriminar a las regiones de España en función del partido que gobierna en la autonomía. ¿Unión Europea?; con semejantes mamarrachos no me interesa. De nuevo citaré al gran Aristóteles, queridos lectores: «Cada perro que se lama sus cojones».
Si el gran subnormal, para el que solicito el premio Nobel de la imbecilidad, pudiera, habría devaluado la peseta, abocaría a España a una inflación sin precedentes y conduciría a su pueblo hacia la pérdida de todo lo que ustedes ganaron durante las últimas dos décadas. De la misma forma, si España abandonara el euro, las consecuencias serían devastadoras, ya que la economía se resentiría durante varios lustros y el nivel de vida de los españoles perdería entre un 35% y un 40%. De nuevo, meine Damen und Herren, releer lo escrito me provoca una reflexión: a lo mejor es lo que desea Rodríguez, un país empobrecido, sin clase media, a lomos del burro de Torremolinos y que se abanica con las orejas de Frau Pajín. De todas formas ustedes no se preocupen, queridos lectores, porque ahora una fracasada—Angela Merkel— vela por ustedes, incluso por el gran subnormal. Soy consciente de que esa situación provocará molestias: menos botijo; dejar de tocar la pandereta; cambio en la mentalidad de los empresarios españoles; más amor al trabajo, el ahorro y la productividad; una economía diversificada; descanso para el ladrillo; eliminar subvenciones; profesionalidad; más cultura; entender que la corrupción es antitética con la política. A lo mejor confío demasiado, meine Damen und Herren, no lo sé. No obstante, es evidente que Obama, el primer presidente judío de EE.UU. y gran muftí de Washington, hace su trabajo respecto al dólar: defensa férrea de una moneda decrépita para que sea Europa la que financie las locuras de un imperio en decadencia. Por lo tanto, de los gobiernos europeos depende que el euro no se convierta en calderilla; pero no incluyo a todos los europeos, claro está, porque nuestro siempre admirado José Luis Rodríguez, el Puma, es un lacayo que sólo triunfaría más allá de las columnas de Hércules; ya saben: las quimbambas de la gansada.
K. y yo regresamos a la toalla con nuestras manos entrelazadas. No les puedo explicar el porqué, estimados parroquianos, pero antes de tumbarme y cerrar los ojos, excavé un pequeño hoyo en la arena y enterré la moneda de dos euros acuñada con el águila alemana. Un sinfín de pensamientos bullía en mi cabeza cuando K. me formuló una pregunta: « ¿En qué piensas?». Mis labios se estrecharon hasta formar una fina línea, una sonrisa breve de acuerdos silenciosos; luego llegó mi respuesta: «En lo mucho que te amo». K. se levantó, alargó su mano y me invitó a bañarnos. Sin embargo, meine Damen und Herren, no pude olvidar mientras corríamos hacia la orilla la moneda sepultada: el agua estaba fría.
Foto: Una playa y dos bañistas. Nvo (2010).
5 Comments:
Europa es una canción de Santana.
Orton, la metáfora de la moneda sepultada y el agua fría me da escalofríos. Creía que al final nos contaría algo de su baño con K. y nos devuelve de un mazazo a la realidad. De todas formas el amor puede ser una vacuna para los tiempos que se nos avecinan aquí ¿qué me dice? (supuniendo claro está que podamos comer a diario)
Saludos
Guten Tag!
Espero que no le moleste que utilice este medio para saludarle. Los más normales han resultado (hasta ahora) infructuosos.
Por lo menos sé que sigue vivo y bien (aunque, parece, no donde solía).
Se le echa de menos :-)
lg
Curioso, Van Orton. El problema es que ahora ni la entrada en el euro tiene una vuelta a atrás ni la permanencia un futuro halagüeño. Incluso en el supuesto de que los españoles viesen la luz y decidiesen que hay que echar a ZP, pese a la íntima felicidad que les provoca una campaña electoral, la demanda de sacrificios no hace bonito en la boca de un político español. Realmente veo difícil un cambio de mentalidad en este país. Pueden imponernos una política dirigida a reducir el déficit público y dinamizar el mercado laboral, pero los políticos decentes resultan difíciles de encontrar... y hace falta paciencia y liderazgo, cosa que es imposible de mantener cuando nuestros políticos carecen tanto de formación como de inteligencia.
Saludos.
Don Nicholas por lo menos se tiene que reconocer que ZP es un hombre de palabra, prometió devolvernos al corazón de Europa y lo ha cumplido aunque más que el corazón seamos el culo.
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