EL TÓTEM Y LAS ÁGUILAS.
TÓTEM: 1. m. Objeto de la naturaleza, generalmente un animal, que en la mitología de algunas sociedades se toma como emblema protector de la tribu o del individuo, y a veces como ascendiente o progenitor.
Me fascinó contemplar el vuelo de una pareja de águilas, meine Damen und Herren: majestuoso; sobrio en su belleza y alejado de la ostentación; nimbado por una elegancia natural; dotado de unos ademanes explícitos en los que se percibía un orgulloso desdén. Me fascinó, lo reconozco. Yo estaba tan ensimismado en ese perfil mayestático que se recortaba contra un cielo de azul rotundo que casi no me percaté de su presencia, estimados parroquianos. Sin embargo ahí estaba él, agazapado, intentaba confundirse con el paisaje, permanecía al acecho al socaire del despiste de los desprevenidos; pero yo le vi, supe que no me atraparía. La distancia entre nosotros se acortaba por momentos, un lapso que nos permitió intercambiar una mirada de impaciencia, señal de que ambos compartíamos la opinión del osado y no estábamos predispuestos a las vacilaciones. Mantuve el embrague apretado, di dos golpes de gas, reduje una marcha y aceleré, queridos lectores. El sugerente ronroneo del motor se convirtió en un rugido a mi espalda, meine Damen und Herren, y mi coche salió impulsado hacia delante. Nuestras miradas permanecían engarzadas, nuestros ojos denotaban sorpresa y miedo; pero los dos tuvimos la certeza de que no rectificaríamos. Con todo, mi gesto se recamó con un mohín de abstracción, yo no deseaba presenciar su agonía. Antes de alcanzarle, desvié mis pupilas: las águilas seguían ahí.
El que también sigue «ahí» (entre el vacío y la nada), meine Damen und Herren, es nuestro siempre admirado José Luis Rodríguez, el Puma, un tipo al que ustedes deberían encerrar de vez en cuando— me permito sugerirles que no acolchen las paredes—. Yo paseaba por la Carrera de San Jerónimo cuando me crucé con él. Les confieso que la sorpresa me invadió al observar de cerca a ése alma de cántaro, incluso me ruboricé. Sí, sí, queridos lectores, no se sorprendan, porque estar frente a un héroe, al farallón de la idiotez, nos obliga a percibir nuestra insignificancia. Al principio me sorprendió su inmovilidad, esa imperturbabilidad que por desgracia también traslada al intelecto. Transcurridos unos segundos, entendí que me encontraba ante un tótem; de la imbecilidad, pero tótem al fin y al cabo. Aun así, no quise privarme de hablar con ese sosias acartonado: estreché su mano, dejé que mi paquete de Lucky reposara sobre el brazo del «cara cartón» y desafié al sentido del ridículo hispano, ya que varios transeúntes me miraban sorprendidos, con unos ojos en los que la vergüenza ajena y la indignación convivían. La conversación fue fructífera, estimados parroquianos, él se mostró satisfecho y halagado con mis parabienes. No es para menos, porque un tipo que intenta eliminar la desconfianza que genera España en los mercados financieros internacionales mediante la salmodia de que «el sistema bancario español goza de buena salud y es sólido» no merece más que le coloquen un collar para que husmee el suelo para ver si encuentra alguna de las tuercas que perdió: ¿formarán parte los tornillos extraviados del atuendo de «las góticas»? Les planteo una reflexión, meine Damen und Herren: si las cajas de ahorros suponen el 55% del sistema bancario español y éstas están en voladizo— fusiones, quiebras, intervenciones— ¿ustedes emplearían el adjetivo «sólido»? No, imagino que no serán capaces, porque ese privilegio se lo concedemos al gran subnormal, al maestro de los bobos, a un mamarracho que recibe al cretinismo a porta gayola. Con todo, queridos lectores, el «cara cartón» se mostró receptivo, disfrutó cuando le dije que el desastre financiero español se debía a que la altanera Alemania, la misérrima Francia y la decrépita Norteamérica estaban corroídas por la envidia: no soportan el nivel de vida español ni los éxitos económicos y sociales de Rodríguez, y por ello urdieron una conspiración planetaria contra él, Pepiño y Pajín: ¡tres santos niños! Asimismo, le impelí a resistir, a demostrar que el ser español aún significa algo en el mundo. Con el mismo ímpetu, denosté la intervención encubierta del Consejo Europeo ante el riesgo de bancarrota en España. No había ningún motivo para semejante injerencia, ¡él juega en la Champios League y adelantará a Francia y después a Alemania en PIB! Sea como sea, meine Damen und Herren, debo ser ecuánime: en Producto Interior no creo que adelante ni a un viejo artrítico; pero en bruto…ahí nadie le gana, ¡menudo peazo bruto! Ustedes no desfallezcan, estimados parroquianos, no tienen porque hacerlo, están en buenas manos: ahora les gobiernan Alemania y Francia, y desde las bambalinas, el primer presidente judío de EE.UU. y a su vez gran muftí de Washington. No sientan el orgullo patrio herido, queridos lectores, olviden los cantos heroicos: «A mí, Sabino, que los arrollo»; «Más vale honra sin barcos…»; «Santiago y cierra España»; «Antes muerta que sencilla»; «Doctor, tengo tres cornadas: corte lo que tenga que cortar»; «Gol de Maceda»; «Por mi hija, mato». La cuestión es que Alemania entendió los riesgos que comporta para el equilibrio económico europeo una nación gobernada por Zapateros, Pepiños, Corbachos, Salgados y demás caterva de chichipanes, y las fullerías que son capaces de hacer para seguir agarrados a la mamella. De nada le servirán a Rodríguez el besamanos de Garçón (¡qué poco charme), las vueltas en la noria de Pepiño, las cúpulas que Rubalcaba «decora» un día sí y otro también y la prosodia plena de excesos y mentiras de cualquier vocero al que se le acerque un micrófono. Una vez más, los problemas que generan los propios españoles serán solventados por los forasteros, meine Damen und Herren: siempre fue así. Mientras que ustedes se encaminan hacia una dieta de lentejas y naranjas, Rodríguez disfrutará de un bocatto di cardinale: ¡hemorroides! Sí, sí, no lo duden, porque la cantidad de culos que esa persiana del sentido común deberá lamer es incalculable. Estoy seguro de que después padecerá halitosis: ¡qué poco charme! Aun así, confío en que sus papilas gustativas tengan propiedades terapéuticas; algo es algo, estimados parroquianos. Ignoro si al «cara cartón» le molestó algunas de mis opiniones, pero lo cierto es que mantuvo su inmovilidad. No quise salir de dudas, así que recogí el paquete de Lucky, estreché la mano del sosias y continué mi camino por la Carrera de San Jerónimo.
Con la misma porfía, queridos lectores, aceleré un poco más; deseaba ese encuentro imprevisto e inevitable. No puedo asegurarlo, pero creo que el radar de tráfico quedó tuerto y sus lentes salieron disparadas tras de mí cuando lo rebasé a…bueno…paso ligero y trote alegre. Unos pocos kilómetros más adelante, me detuve en una gasolinera de Repsol, en Montuenga (Soria). La estación de servicio está situada sobre un altozano que permite unas vistas magníficas de la meseta. Sin embargo, yo elevé la vista al cielo, intuía que las águilas regresarían. El depósito del coche engulló los noventa litros de gasolina con la misma voracidad con la que yo me tragaba mis ganas de fumar. Una vez abonado el importe, me detuve en el aparcamiento de la gasolinera, me senté sobre el capó y encendí un Lucky. Al poco, la pareja de águilas me sobrevoló de nuevo. Ante esa elegancia que pendía sobre mí no pude más que observar y disfrutar. Una ligera brisa abría jirones en las pocas nubes que moteaban el cielo, un hálito que las águilas utilizaban para sustentarse mientras aleteaban con una lentitud y melancolía que me recordó la salmodia de los sacerdotes. Ignoro si ustedes me creerán, meine Damen und Herren, pero creo que descendieron para observarme mejor. Aproveché una ráfaga de viento para lanzar la colilla del cigarrillo; luego me subí al coche y partí: K. me esperaba y yo estaba impaciente por reunirme con ella.
Foto: ¡Qué triste terminar así! NvO (2010).
6 Comments:
Se hace larga la espera para volver a leerle Herr Orton pero siempre merece la pena. No son altivas águilas las que nos sobrevuelan desde hace tiempo, lo malo es que la carroña que se tragarán será carne de pechero, como tradicionalmente le ha pasado a nuestro pueblo y Vd. glosa tan elegantemente en este post. Nuestra quiebra es real y a mí ya me ven como un gurú económico en el trabajo (antes me trataban de outsider por no decir de loco). Ciegos, ciegos, ¡país de ciegos!
Saludos a toda la parroquia.
Desde luego, Nicholas, qué cosas te pasan... Me ha encantado la entrada, me he reido muchísimo, "el gran subnormal" jajajajajajaja "cara cartón" jajajajajaja Estás que te sales... Yo creo que se quedó petrificado al verte!!!!! jajajajajaja Veo que posó muy sonriente para ti en la foto y parece ser que alguna de sus hijas le peina por las mañanas... qué poco charme... jajajaja Por cierto, yo pensé que ya padecía halitosis, o será que le huelen los pies???
No se le da mal vender donuts y aguachirli.
Besos...
#Nicholas, si en vez de ser el ZP de cartón llega a ser el ZP de trapo de La Moncloaca, te quedas sin tabaco fijo.
HELIO:
España y sus políticos siempre fueron unos carroñeros, Helio. Ahora bien, es cierto que en la actualidad y gracias a la pericia de Rodríguez no son buenos tiempos para la lírica, sea ésta carroñera o vegetariana. Más que ciegos son ustedes tuertos, Helio. Saludos.
VIOLETA:
Me alegro de tus risas, bella flor: es lo propio de las flores durante la primavera. Es cierto que Rodríguez es un vendedor hábil, aunque quizá su éxito se deba a que los compradores no son exigentes con la mercancía expuesta en el escaparate. Besos, Violeta.
SIGO POR LAS RAMAS:
Tuve presente tu advertencia, estimado simio. Yo llevaba dos paquetes de Lucky, y por si acaso coloqué el menos lleno. Ya sabes que cuando se trata con fulleros cualquier precaución es poca. Saludos.
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