CRÓNICAS DE UN BÁRBARO (11): DE AEROPUERTOS.
AEROPUERTO: 1. m. Terreno llano provisto de un conjunto de pistas, instalaciones y servicios destinados al tráfico regular de aviones.
Ignoro cuántos kilómetros habré recorrido durante mis viajes, meine Damen und Herren, pero estoy seguro de que son tantos como las horas de mi vida que quemé en salas de espera, zonas de embarque o tránsito, aviones cuyo destino tampoco es que me interesara mucho y esas cafeterías de aeropuerto donde los solitarios miramos sin ver, dejamos vagar los ojos con la mente puesta en nuestro hogar o los recuerdos, y al final, hartos de contemplar un paisaje conocido, postramos el rostro en la espuma de una cerveza, los posos de un café o en las volutas de humo de un Lucky. No creo que fuese la casualidad, sino el destino, la que me convirtió en lo que soy: un errante cansado, estimados parroquianos; incluso un exiliado de sí mismo en ocasiones. Yo chamuscaba a fuego lento mi última hora en España cuando K. me telefoneó: se preocupa mucho por mí, queridos lectores. Tenía ganas de hablar con ella, así que acepté la invitación de un carrito para el equipaje tan solitario como yo, y me senté en él. Frente a mí, un panel publicitario cambiaba los anuncios con una cadencia que no me interesó averiguar: donde antes vi un coche después observé la ropa interior de una mujer; un par de zapatos dio paso a unos pantalones; y una marca de perfumes aceptó la oferta de la compañía aérea que le sucedía en el panel, y desapareció. Es un mundo irreal el de los aeropuertos, meine Damen und Herren, un altozano magnífico para oír la banalidad del lenguaje y la cháchara desatinada. Asimismo, más que lugares los considero condenas, penales donde cada uno de nosotros redime sus tragedias o convive con sus dramas, espacios donde arrastramos las maletas con una fidelidad que roza la tortura; como quien carga durante toda la vida con un amigo gorrón, una pareja que no nos despierta la menor curiosidad o un trabajo inaguantable. Reconozco, estimados parroquianos, que K. es la única mujer de mi vida a la que le permití conocerme: creo que está satisfecha con lo que descubre. Nuestra conversación fue grata, no le resulta difícil provocarme una sonrisa. A pesar de apurar el tiempo, llegó el momento de finalizar la charla: ambos sabíamos que en las siguientes palabras rechinaría el eco de la distancia.
Antes de entrar en el aeropuerto del Prat, decidí fumar el último pitillo. Pensé en K., en ustedes, meine Damen und Herren, —deseaba explicarles muchas ideas—, en mí y también en nuestro siempre admirado José Luis Rodríguez, el Puma: ¡Pobre infeliz!, aunque si lo pienso bien… ¡pobres todos ustedes! Los lectores habituales de Josephsplatz, Das berliner Feuilleton, saben que por estas fechas me retiro a las montañas. Sin embargo, este año quebraré lo que es casi una tradición; de vez en cuando debemos hacerlo, estimados parroquianos: es gratis y no duele. El presente año me enfrento al reto más ambicioso de mi carrera, el que marcará mi destino en cierta manera. Aun así, soy optimista y confío en el resultado. ¿Por qué no hacerlo, queridos lectores?: siempre conseguí lo que quise en la vida (también hubo dificultades); no tengo derecho a quejarme ni a recelar. Durante las próximas semanas, K. y yo viajaremos de nuevo por España: ella requiere reposo para sanar una antigua lesión; y yo, tranquilidad para finiquitar…«el reto»; falta muy poco.
Las crónicas de un bárbaro concluyeron, meine Damen und Herren; de igual forma que el Lucky que sostenía en la comisura de los labios agonizaba. Busqué un cenicero para tirar la colilla, y mientras me acercaba a él, decidí que esa imagen sería la que cerraría esta temporada de Josephsplatz. No obstante, dudé al comprobar la suciedad que acumulaba la arenilla: ustedes no se merecen eso. Sin que me percatara de su presencia, una empleada de la limpieza se acercó, extrajo un pequeño rastrillo de un capazo y retiró las colillas. Observé el cuidado con el que limpiaba el recipiente y alisaba ese diminuto pedregal: de esos pequeños gestos y una observación atenta surge la literatura. Aspiré la última calada del cigarrillo, clavé la colilla en la arena y dejé el paquete vacío. Todo había terminado, meine Damen und Herren, salvo escribir.
Foto: Cenicero, colilla y Lucky Strike. Nvo (2009)