Donnerstag, Juni 25, 2009

PELUQUERÍA.



PELUQUERÍA: 1. f. Establecimiento donde trabaja el peluquero.

Por aquello del comentario y ya que mediaban filos y navajas, decidí invitar a mi amigo A. para que ejerciera el papel de padrino; en definitiva era un duelo, estimados parroquianos; con todo, yo confiaba en que fuera a primera sangre: me equivoqué. El día de autos necesité el precario valor de un carajillo de Anís del Mono — es el mejor, la ciencia lo dijo y yo no miento— antes de entrar en Franganillo Peluqueros. A. me ayudó a despojarme de la cazadora, además lo hizo con la solemnidad que el momento requería. Yo me sentí como un torero en la capilla de la plaza; pero no tenía relicario, estampitas ni una virgen a la que encomendarme, sino la expectación de A., el escepticismo divertido de José, la mirada jocosa de algún cliente que envidiaba mi bisoñez y las opiniones de Pepe sobre la última representación operística. No tuve ocasión de decir unas últimas palabras, meine Damen und Herren, porque antes de percatarme yací sobre un sillón inclinado, bajo la mirada escrutadora de José. Así y todo, me atreví a balbucear mi deseo: «Bien apurado». A pesar de que transcurrieron tantos años, queridos lectores, todavía no he descubierto qué me dolió más: la mirada incrédula y divertida de Franganillo o su pregunta: «¡¿Dos pasadas?!».
Mi amigo A. entendió mi desconcierto y terció para indicar el jabón de afeitado: Gota de ámbar. A partir de ese momento entré en un estado letárgico, estimados parroquianos: ni cigarrillo en la comisura de los labios ni una réplica procaz; todo se redujo al cadencioso vaivén de la navaja sobre el suavizador de cuero y al inconsistente chapoteo de la brocha sobre la…gota de ámbar. Supongo que Franganillo prolongó el enjabonado porque supuso que la faena con la navaja requería poco tiempo. Después de la segunda pasada, agradecí el frescor vivificante de un pulverizador de agua sobre mi rostro, y al enfrentarme al espejo, supe que era otra persona, alguien que había dejado atrás a Paco Ureña y Leonardo from London; creo que hasta Pepe me miraba de otra manera, como sólo hace alguien que está acostumbrado a ver la vida desde las bambalinas. De cualquier modo, meine Damen und Herren, faltaba la culminación del rito iniciático: el after-shave. Franganillo me preguntó cuál prefería y yo ignoré qué contestar; todos me parecían iguales aunque con diferentes colores. Sin embargo, observé que la cara de un tipo me sonreía desde la etiqueta de una botella y cometí uno de los mayores errores de mi vida: Floïd mentolado extra fuerte. Es innecesario que les describa las lágrimas densas, gordas y pesadas que se deslizaron por mis mejillas mientras Franganillo «amasaba» mis carrillos con la vehemencia de un panadero veterano, queridos lectores. Al final, tragándome el orgullo y con la cara estragada, farfullé una súplica con el mismo ímpetu que un moribundo: «Ya está bien. Gracias, José»; el duelo había concluido, queridos lectores.
Posiblemente ustedes se pregunten el porqué les explico estas cosas, meine Damen und Herren; permítanme. Me encuentro fuera de casa y hoy necesitaba airearme un rato, buscar una excusa para perderme por ahí. ¿Existe mejor coartada que vagar a la búsqueda de una barbería? Lo cierto es que encontrar el local idóneo no resultó tan difícil como imaginaba. Ustedes saben que los recuerdos son como esas cintas mecánicas de los aeropuertos que nos conducen hacia adelante: no caminamos y no hacemos ningún esfuerzo, pero ellas nos llevan. Hoy, sin embargo, decidí bajar de la cinta de mis recuerdos y permanecer un rato en ellos. Al franquear la puerta de esa barbería ignota, el propietario se acercó y me formuló una pregunta conocida: «¿Usted es nuevo aquí?». Fruncí los labios y me despojé de la gabardina antes de responder, me había apeado de la cinta: «Usted no me recuerda, pero no es la primera vez que vengo: Dos pasadas y un after-shave fuerte». Sé que ustedes no me creerán, meine Damen und Herren, pero cuando el barbero inclinó la silla, descubrí que desde el otro lado del espejo A., Paco, Leonardo y Franganillo me contemplaban. Cerré los ojos, inhalé una profunda bocanada de mi Lucky y disfruté de la placentera sensación de abandono que el tabaco nos procura. Junto a mí, la navaja suavizaba su filo sobre el cuero. Dos pasadas y un after-shave fuerte. Recuerdos, todo son recuerdos.

Foto: Con una pasada es suficiente, Nicholas.

2 Comments:

Anonymous van said...

He vuelto a sentir el placer de la lectura y he viajado a tu infancia, y de paso a la mia, sin tener que pagar el peaje de escuchar el nombre, de ese que me revuelve el estomago.
Gracias Nicholas.
Yo tenia un amigo que debia sentir placer cuando se cortaba el pelo, o quizá fuesen las manos del peluquero, el caso es que cada vez que cogia un duro acudia a la peluqueria, tenia el pelo tan corto que el barbero se negaba, a veces, a prestale servicio. Sin embargo, lo que a mi me gustaba de la barberia era la puerta que daba a las escaleras de la casa del barbero. A veces aparecia y desaparecia por ella la mujer del barbero y entonces yo imaginaba, soñaba, con lo que habria al final de las escaleras. Hablaban de las cosas de la casa y yo sentia en mi espalda la cercania de sus enormes pechos. Ella fué la primera mujer mayor que yo miraba de otra forma.
saludos

11:36 PM  
Blogger Nicholas Van Orton said...

VAN:

Me alegro de que hayas disfrutado, Van. Yo, al igual que tu amigo, disfruto cuando acudo a la peluquería. Asimismo, el afeitado diario es uno de mis placeres, que aumenta cuando lo lleva a cabo un barbero. Creo que mi querido Franganillo decidió jubilarse y traspasar el negocio; al menos eso me dijo uno de mis contactos: le echaré de menos, forma parte de mi vida.
Saludos.

1:44 AM  

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