YO HICE A ROQUE III

ENCUMBRAR.- 3. tr. Ensalzar, engrandecer a alguien honrándolo y colocándolo en puestos o empleos honoríficos. U. t. c. prnl.

En 1980, Mariano Ozores dirigió una película que tuvo un cierto éxito: Yo hice a Roque III. Durante las semanas que fue exhibida recaudó 991.631,72 euros y la vieron 1.170.599 espectadores. Los protagonistas fueron Andrés Pajares y Fernando Esteso, que utilizaron sus habituales herramientas para arrancar las risas del público: escenas absurdas pero de humor efectivo; decorados rústicos; diálogos surrealistas; y un cachondeo burdo y pedestre. El argumento era simple: un amigo ayuda a otro. Para lograrlo lo eleva a la cima del boxeo, aprovechando un golpe secreto que Roque —Andrés Pajares — propina a sus adversarios para tumbarlos sobre la lona. El leñazo se denominaba « roquina», y su inventor, Roque, era un hombre gris, sin grandes virtudes y especialmente dotado para demostrar su bobería.
ZP es un político encumbrado también de forma artificial. Una parte de ese dudoso mérito se lo debe a los medios de comunicación: periodistas, prensa, emisoras de radio y cadenas de televisión. Todos ellos, formando un periodístico patio de monipodio, le han proporcionado a Rodríguez un amplio margen; tan extenso como el afán del político español en malbaratarlo. La gran mayoría de los periódicos respetan una tácita omertà para no informar de los temas que podrían inquietar a ZP. De todas formas, la sociedad española intuye que algo no va bien; pero echa de menos a alguien que le informe de la realidad. Ése es el principal motivo por el que los periodistas pierden credibilidad y la política, interés. Quizá se trata de eso: a mayor apatía más comodidad para obrar sin injerencias.
Antonio Machado estaba equivocado con su teoría de las dos Españas y también Madariaga con su creencia en un trío: ambos son conceptos simplistas. Sin embargo, la histórica atomización de la sociedad española se está convirtiendo en una bipolarización. Ahora sí, las dos Españas. Y el mérito es de la bastarda postura de los periodistas. Ellos — encuadrados en grandes grupos de comunicación — escriben, hablan u opinan en función del interés político y económico de las empresas para las que trabajan. Éstas, a su vez, intentan obtener réditos financieros mediante pactos con el poder o el idiota de turno que lo ostenta. En consecuencia, se consigue el objetivo perseguido: fidelizar manadas de personas que compran el diario de su «bando»; escuchan las emisoras afines a su pensamiento; miran los programas de la factoría; adquieren los libros de los autores de la editorial del periódico que, a su vez, es la propietaria de dos cadenas televisivas y tres emisoras de radio, donde todos los que opinan o intervienen demuestran el pensamiento procedente, que les es proporcionado como a las ocas el pienso para atrofiarles el hígado. Aunque en este caso la atrofia producida en la sociedad no es hepática sino mental, y lo que debería ser la esencia de un periodista queda envuelta en un extraño tufo de pasteleo.
ZP es uno de los peores políticos que ha conocido la historia española. No obstante, él no es responsable de su propia idiotez, es algo innato; pero otros muchos sí lo son de haber distinguido a un paniaguado que toca más cuartos que horas. Me temo que no sólo las putas más arrastradas van por rastrojo, sino que también otros, que se denominan «creadores de opinión», siguen la misma senda. ¿Me creerán si les digo que cuando leo la prensa española paso de la portada a las páginas de relax? Es lógico: entre putas, macarras y «roquinas» anda el juego.

PASTELEAR.- 1. intr. coloq. Contemporizar por miras interesadas.