Mittwoch, Januar 28, 2009

BRUCE LEE.

ENGAÑAR A ALGUIEN COMO A UN CHINO: 1. loc. verb. Aprovecharse de su credulidad.

Las películas protagonizadas por Bruce Lee y algunos de sus sosías me parecen un muermo ridículo, meine Damen und Herren: los repetitivos esquemas de sus argumentos, unos diálogos que parecen surgir del talento literario de Pepiño Blanco y la expresividad excesiva de los actores— más propia del cine mudo o del rostro de Leire Pajín— resultan un plato indigestible. Además, esas escenas en las que el protagonista debe curtir el lomo a una legión de malvados mediante hostias como templos alcanzan el grado de grotesco. Chinos, chinos y más chinos (quizá siempre es el mismo) se abalanzan sobre Bruce Lee mientras éste les propina una ración de collejas, hostias, bofetones, tabanazos y cachetes en ritmo de tres por cuatro y en clave de sol. Asimismo, la retahíla de perogrulladas que se reviste de filosofía oriental hace indispensable una buena ración de bicarbonato para soportar una de esas películas.
Ayer, sin embargo, observé que el Canal Internacional de RTVE emitía una película de chinos, o mejor dicho, de gente que engañan como a chinos, y decidí verla con mi mejor predisposición, ya que el título me atrajo: Tengo una pregunta para usted. Es evidente que me equivoqué, estimados parroquianos, porque no aparecía Bruce Lee, sino un tipo más adecuado para interpretar otro tipo de película de chinos: El mono borracho en el ojo del tigre; es decir: nuestro siempre admirado José Luis Rodríguez, el Puma.
Por lo pronto me resulta llamativo que se venda como un ejercicio de valentía— dar la cara ante los ciudadanos— lo que es una estafa al sistema democrático y una exposición de la cobardía característica de ZP, que rehuye comparecer en el parlamento con la misma vehemencia con la que el malo de la película de Bruce Lee ataca una y otra vez. Con su talento de contendor de reciclaje o de hueso de jamón mondo, ZP lanzó carnaza para aquellos majaderos que todavía estén dispuestos a creerse cualquier majadería; siempre y cuando, claro está, lo diga ZP. Aun así, meine Damen und Herren, reconozco que sus mentiras y bobadas son creíbles; lo increíble, por el contrario, es que todavía alguien le dé credibilidad. De la misma forma, el pobre inepto demostró otra vez que no es un buen actor, le resulta imposible memorizar el diálogo y las acotaciones de movimiento del guión. Debido a ello, observamos las convulsiones de un hombre espástico, cuya tensión facial, ojos apagados, labios estragados y ojeras en cuarto creciente evidencian que el infeliz no da para más: demasiados chinos para tan poco arroz.
Me sorprendió observar la decrepitud de lo que antaño fue un payaso risueño, y eso que todo estaba a su favor: preguntas conocidas de antemano; un componente emocional para ablandar nuestros corazones (cura, amas de casa con problemas económicos, pequeños empresarios con el agua al cuello, etc.); y un presentador que ejerció de cuadrilla taurina: siempre estaba al quite. Entre balbuceos, neumas, renuncias, mentiras y el amplio abanico de perogrulladas que una inteligencia tan discreta genera, ZP habló mucho para no decir nada: «Cuando salgamos de la crisis empezaremos a crear empleo»; «todo tiene un principio y un final». Supongo que esas dos frases forman parte de la filosofía oriental de ése político con talento Feng Shui aunque recubierto con el mismo lacado del pato Pekín.
La inclusión de una deficiente mental entre el público fue un truco muy ladino, estimados parroquianos; pero también rastrero y sórdido, quizá tanto como mencionarlo en el presente escrito. Supongo que en el próximos días conoceremos el puesto de trabajo que la magnanimidad de ZP— me extraña que José Bono no se haya adelantado— ha conseguido para la muchacha; lógicamente con foto ad hoc. Semejante vileza abre una peligrosa escalada, ya que en la próxima ocasión en la que ZP se vea acorralado por los acontecimientos y necesite «dar la cara», las gradas se llenarán de leprosos, tullidos, ciegos y sordos, que acudirán a escuchar el sermón del nuevo mesías para que éste les toque con su verbo y sane sus enfermedades. ¡Más cerca de ti, Señor, más cerca de ti! Incluso no descarto que alguna ninfómana se lance a la bragadura de ZP al grito de ¡hazme tuya y poséeme, riega mis entrañas con tu vigor varonil!
Con todo y con eso, meine Damen und Herren, la joven que padece síndrome de Down cometió un error, y fue cuando dijo que al mirar el hemiciclo no ve a nadie que sufra su misma enfermedad. Yo le pido que se fije más, que mire con atención, y descubrirá que hay muchos. En cualquier caso, supongo que a ella, cuando observa a los políticos en sus escaños, le ocurre lo mismo que a mí con los chinos: todos me parecen idénticos; excepto Bruce Lee, la lástima es que sus películas me desagradan.

Foto: Cartel anunciador del programa Tengo una pregunta para usted.

Montag, Januar 26, 2009

DE BRAGUETAS.


BRAGUETA: 1. f. Abertura de los calzones o pantalones por delante.

Creo que ya he llegado; sí, esta es mi parada, yo me bajo aquí: Josephsplatz.

Ignoro si a ustedes les ocurre lo mismo que a mí, meine Damen und Herren; pero yo estoy aburrido, ¡mortalmente aburrido!; incluso creo que una depresión me acecha. Mi tedio psicológico no se debe a las vacaciones, no; tampoco a lo que los entendidos denominan síndrome postvacacional, no (el postvocacional sería harina de otro costal); ni siquiera a mi repulsión innata al trabajo excesivo, no; es algo más grave, diría que existencial: ¡ compruebo que nada ha cambiado!; será el signo de los tiempos.
Para una persona como yo, que considera que la vida no es una estación de metro en la que alguien se sienta a ver pasar los trenes, el inmovilismo es sinónimo de incapacidad; y en el caso de algún conspicuo mamarracho— piensen mal y acertarán—, de incompetencia supina. Afortunadamente, estimados parroquianos, en la arcadia de hastío en la que moramos se produjeron algunos hechos que nos permiten exhibir una sonrisa de dientes apretados. Por lo pronto hemos presenciado la consolidación de una nueva ideología política: el calientabraguetismo. Sí, queridos lectores, otro «ismo», ¡y yo pensaba que lo había visto todo!
Cuando vi el porte indumentario de Carmen Chacón— sobre el maquillaje no escribiré nada ya que el expresionismo no es uno de mis estilos pictóricos favoritos— un pensamiento acudió raudo a mi mente: ésa mujer es una hortera. Más tarde, sin embargo, consideré que semejante orgía de mal gusto podía deberse a otras cuestiones: la ministra ha visto miles de veces la película Annie Hall (1977); alguien la engañó y le dijo que acudía a un concurso de imitadores de Charles Chaplin; o sencillamente se trata de una muchacha de extrarradio con ínfulas pero sin muchas luces; ya saben, de ésas con las que sólo se puede «hablar» en el asiento trasero del coche: no tienen otra utilidad excepto observar a qué velocidad se alza y desciende su cogote.
En la ribera contraria, Soraya Sáez de Santamaría también abrazó al calientabraguetismo, incluso creo que de forma exagerada. No obstante, queridos lectores, la axila rolliza y el escote entrado en carnes, aunque no gordo, le proporcionaban un cierto aire de angelote cachondo y prometedor. En cualquier caso, meine Damen und Herren, en seguida percibí la superchería, porque alguien que confiesa que «Rajoy me engatusó» demuestra que pocos asientos traseros ha visitado, que para hacer una «gallarda» sólo utiliza dos dedos y que lo suyo es el calientabraguetismo. Con todo, debemos agradecer que la pierna impúdica que asoma no sea dórica: el mismo grosor en el muslo que en el tobillo. ¡Cándida muchacha!, la infeliz creyó a un tipo que prometió que la llevaría a casa, y en cambio se encontró en un descampado junto a una polla venosa que apuntaba hacia la Osa Mayor.
Allende el Atlántico también nos llegó otro calientabraguetas, el primer presidente judío de los EE.UU.: Barack Obama. Sí, sí, no se sorprendan, estimados parroquianos. El mulato continúa con su cantinela— Yes, we can—; el problema es que no dice ni qué ni cómo. Me temo que el calientabraguetas descolorido alimentará al sistema con el mejor manjar para que nada cambie: nosotros. Antes, sin embargo, palestinos y judíos profesaron su amor públicamente para nuestro deleite: ambos prefieren la oscuridad del asiento trasero; respetemos su intimidad, meine Damen und Herren.
Ahora bien, si tratamos sobre adeptos al calientabraguetismo, no podemos dejar de referirnos a nuestro siempre admirado José Luis Rodríguez, el Puma, un tipo que en cada ocasión en la que le veo me recuerda más a un flan con nata; con mucho caramelo, eso sí. Al pobre ZP, el calientabraguetas por excelencia, ya no le queda Bush, Aznar, Azores o Blair, y el pobre se hunde en al mar mísero de su incompetencia mientras que con su prosodia pomposa de palurdo revenido nos enseña una gravedad existencial que suena a coña marinera o lenguaje de beodo. Me temo que alguien convenció al majadero para que crea que la idiotez es un estado del alma. Sea como sea, meine Damen und Herren, aunque ZP prometió que España bailaría en el escenario principal, yo veo que ustedes actúan entre bambalinas y teloneros. Ahora bien, felicito al insigne estadista por el record de parados que su estulticia genera, y no me refiero a los tan manidos tres millones, sino a los cuatro millones y unos miles más, porque ésa es la cifra real de parados en España. Me temo, queridos lectores, que si ZP es el tipo que debe sacarles de la crisis, ustedes lo tienen crudo; ni siquiera al punto o vuelta y vuelta, sino sangriento. Las armas de nuestro siempre admirado ZP son las mismas de anteriores ocasiones: manos vacías, cabeza hueca y boca plena de retórica de tienda de chinos; aunque en las últimas apariciones incorporó una nueva costumbre: ejercer de plañidera para llorar las penas de los demás. Escuchar a ZP, si es que alguien le escucha todavía, es como el sexo mensual: sano y comedido, pero insuficiente.
En realidad, meine Damen und Herren, todos esos calientabraguetas con sus poses de sobrados sueñan con ser otra cosa; aun así, me temo que no lo conseguirán. Es el inconveniente de mezclar política y teatro, estimados parroquianos: no tenemos política ni presenciamos teatro; faltan estadistas y sobran actores calientabraguetas.

Foto: Estación de metro de Josephsplatz, Munich.