MARCA DE FÁBRICA: 1.f. Distintivo o señal que el fabricante
pone a los productos de su industria, y cuyo uso le pertenece exclusivamente.
Creo que a ustedes les llueven
bastonazos por todos los lados, meine Damen und Herren; me atrevería a decir
que una granizada de hostias como templos. ¿Cómo se sienten después del Rascayú
de Herr De Guindos, estimados parroquianos?: Rascayú cuando muera que harás tú.
Tú serás un cadáver nada más, Rascayú cuando muera…
Durante mis excursiones al
mercado encuentro tiendas en las que nunca compraré, una reticencia que obedece
a varios motivos: la carne expuesta nos recuerda a las lorzas de Leyre Pajín; las
verduras mantienen la misma frescura que el chochito de Teresa Fdez. de la
Vega; el pan es más duro que el rostro de Rubalcaba; las conservas están más
enmohecidas que el intelecto de Pepiño Blanco; la báscula tiene la misma
exactitud que las predicciones económicas de nuestro siempre admirado José Luis
Rodríguez, el Puma. Asimismo, encuentro marcas cuya reputación no me despierta
ninguna confianza: nunca visito lo que ustedes denominan «tienda de chinos».
Por el contrario, soy fiel a las marcas que mantienen la calidad y que hacen de
ella su mejor aval. Quizá porque les intentan explicar otro cuento chino, meine
Damen und Herren, el Gobierno español alumbró un engendro al que bautizaron con
el nombre de «la marca España». Reconozco mi ignorancia al respecto, estimados
parroquianos, porque…¿qué es «la marca España»? Acogotado por mi
desconocimiento y ansioso por saber, acudí a Botiflard, aquel amigo español que
me acompañó en un viaje y que me prohíbe hasta utilizar una inicial para
referirme a él. Su respuesta fue contundente: «La rozadura que dejan los
cojones en la entrepierna cuando se hinchan por escuchar a los hijos de puta
que siempre nos gobiernan».
¡Qué verbo tan cálido, queridos lectores!,
podríamos denominarlo poesía urbana. Sea como sea, me consta que existe un
esfuerzo por parte de los que nunca dejan la teta—periodistas lameculos
(disculpen el pleonasmo), empresarios pedigüeños, otro tipo de fauna ibérica…—
por relanzar el término. Sin embargo, estimados parroquianos, tengo la certeza
de que será un esfuerzo baldío, ya que gracias a nuestro admirado José Luis
Rodríguez, el Puma, y a esa caterva de anormales que le ayudó a protagonizar
sus crónicas de un pueblo, «la marca España» tiene el mismo valor que la
biblioteca de Maleni Álvarez. La imagen de España que aún perdura es la de un
cretino que alardeaba hasta en el extranjero de tener el sistema financiero más
sólido del mundo y que adelantaría a Francia, Italia y Alemania (el dopaje lo
utilizó para explicar semejante sandez, no para el intento); de una mujer con
piernas de canario (Elena Salgado) que mentía al compás que le marcaban desde
Moncloa; un país repleto de corruptos en el que «quien no llora no mama y el
que no afana es un gil». De igual modo, confiar el calafateo de la marca España
a un monarca cuyos actos— también los de su familia— demuestran poca
ejemplaridad se me antoja el boqueo de un moribundo. En la misma línea,
queridos lectores, podemos mencionar los despistes con las facturas del
presidente del Tribunal Supremo, los negocios privados que todavía reciben
subvenciones públicas (los beneficios también serán «privados»), esos
empresarios que con la mínima inversión— nula en I+D— pretenden la máxima
rentabilidad y buscan el corto plazo mientras abrazan con fervor cualquier ley
que les permita condenar a la precariedad a sus trabajadores. Y ya, en el
delirante fin de la década prodigiosa, el gobernador del Banco de España tuvo…cómo
expresarlo…una actuación…; en fin, dejémoslo en eso: una actuación. Respectos a
sus políticos, sindicatos, etc., meine Damen und Herren, es mejor no escribir
nada porque ustedes los padecen a diario; detesto ser redundante, ni siquiera
para enfatizar. Con todo, queridos lectores, permítanme un consejo: recen,
recen a diario para que España sea intervenida, quizá sería la única manera de
que ustedes se libren de esa morralla de ineptos que pasean por el mundo
subidos sobre la giba de los españoles. Supongo que resultaría incómodo, sin
embargo no olviden que los cambios (o reformas) son como los dientes y el sexo:
al principio duelen, pero luego sirven para comer.
Mientras releo el escrito he
decidido quebrantar una norma sagrada: acudiré a una tienda de chinos. Sí, no
se sorprendan, porque ya que esos extraños seres acumulan de todo en sus
bazares, considero que tendré éxito para encontrar a…«la marca España». De
cualquier manera, si mi intento resultara infructuoso, regresaré a casa
mientras tarareo una canción: Rascayú cuando muera que harás tú. Tú serás un cadáver
nada más, Rascayú…
APOSTILLA: ¿Saben ya cuál es el
agujero de Bankia? Bueno, no tiene importancia: supongo que aún lo están decidiendo a...los chinos.
Foto: La tienda en la que compro vino. NvO (2012)