Mittwoch, August 03, 2011

PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO (2).


HIJO: 1. m. y f. Persona o animal respecto de su padre o de su madre.


Aún no me he recuperado de la impresión, meine Damen und Herren, ¡jamás olvidaré esa imagen! Con todo, el espasmo que sentí renovó mi opinión sobre la vida: un camino enlosado con mierda. Sí, estimados parroquianos, sí; porque de eso se trata, ¡de mierda! Con fines terapéuticos, queridos lectores, les hago partícipes de mi nuevo desengaño. Fiel a mi costumbre, compartía la hora del baño con Hanna. Todo transcurría con normalidad: agua caliente; esponjas sobre las que chapotea el jabón; juguetes acuáticos de esos que siempre buscan mis testículos; las onomatopeyas de mi hija. La escena resultaba tan plácida que decidí alargar la sesión cinco minutos. Yo sostenía a Hanna por la espalda para que flotase— creo que le gusta— cuando algo me alarmó: su sonrisa se había trocado en un rictus constreñido. Sin embargo continué con el juego, ajeno a la certeza de la equivocación que desgarraba mi pensamiento. Bastó un par de segundos para comprender que aquel burbujeo en el agua y ese ceño reconcentrado eran la tarjeta de presentación de «la ñorda de a cuarto» que apareció después, flotando entre nosotros. De nuevo, meine Damen und Herren, la duda existencial que me persigue desde mi adolescencia asomó a mi mente: « ¿Qué hago con esta mierda?»
Ahora bien, estimados parroquianos, si escribo sobre «plastas» que aparecen por sorpresa, nunca podré referirme a nuestro siempre admirado José Luis Rodríguez, el Puma, ya que ese hombrecillo que se asilvestra a marchas forzadas pocas sorpresas nos deparará. Mientras que España avanza hacia la ruina (sobre todo para los españolitos), Rodríguez luce la misma inteligencia de un tipo que se quemó a lo bonzo o un mamarracho que hace de la vida una perpetua zarzuela. Ya les expliqué que pocas sorpresas esperamos de él, porque un espécimen que llega al poder a bordo de trenes repletos de muertos no puede dejar tras de sí más que un país moribundo, una sociedad agónica y un Estado en coma farmacológico. Aun así, queridos lectores, lo triste es que muchos no entienden todavía la diferencia entre «talante» y «talento», porque si así fuera, ese cretino no regresaría a León, sino que debería ser lanzado a los leones. ¿Qué  hacemos ahora con la (el) mierda, meine Damen und Herren? Sea como sea, estimados parroquianos, ustedes no se preocupen, parece que el cretino regresó a su conejera «para continuar vigilante ante la evolución de la prima de riesgo». Salivo al imaginar el espectáculo, sobre todo cuando recuerdo esos gestitos crispados de Rodríguez cuando intenta sostener la superchería de que entiende algo. Tengo la certeza de que cuando alguien le menciona a Rodríguez las palabras «prima de riesgo» él siempre propone lo mismo: «Telefonee a mis tíos, ellos son sus padres». No obstante, ustedes no olviden el sacrificio: Rodríguez se queda de rodríguez para salvar al país; ni el héroe de Cascorro hizo tanto por España. Deseo que el Bo(r)bón premie con un título nobiliario semejante altruismo: Duque de la Cachimba, Marqués de los Bombos y los Platillos, Barón de lo Chusco, Conde de la Entrepierna… Es una cuestión peliaguda, ya que eso implicaría la necesidad de un escudo heráldico; les propongo uno: sobre campo de gules, unos auriculares, un botijo y un camello, coronados por un lema (escojan): «Al fondo a la derecha»; «Vuelva usted mañana»; «Es en el piso de arriba»; «Mi abuelo y mis cojones, treinta y tres». Comoquiera que los tontos no son conscientes de su cualidad, siempre aparece un alma caritativa— o quizá no tanto— que provoca nuestro regocijo. El día que Rodríguez anunció la convocatoria de elecciones una periodista le formuló una pregunta: « ¿Tiene previsto escribir sus memorias?».
Les seré sincero, estimados parroquianos: me pareció un ejercicio de ingenuidad o de crueldad, porque el término «memorias» aplicado a un mentiroso porfiado no se acepta ni encuadrado en una metáfora. Si interminables nos resultan las dos legislaturas del bobo de Coria, más eterno nos resulta el final, meine Damen und Herren. Aunque para cuestiones «largas», el lapso que pasé en la bañera: Hanna en alto y K. perdida en la terraza mientras yo alternaba gritos y soplidos para evitar la mordedura del zurullo, o al menos alejarlo. Soplen, meine Damen und Herren, soplen; y conseguirán que la mierda regrese a Doñana. ¡Estos hijos!


Foto: Era un hombre pegado a unos auriculares.