Donnerstag, Juli 14, 2011

PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO (1).

PADRE: 1. m. Varón o macho que ha engendrado.
 Sigo fascinado al contemplar el  desarrollo de Hanna, meine Damen und Herren: el manoteo se trocó en precisión; los balbuceos se imbrican en la exigencia del indefenso, o quizá en sus temores; la mirada errática dio paso a unas pupilas que con su firmeza golpean mi rostro; la necesidad de comer evolucionó hasta el relamer; «los ruidos» tomaron forma de música y se acompasaron al placer, hasta sonríe. Me alegro, estimados parroquianos, sin embargo no dejo de preguntarme hasta qué punto su avance es congénito o se trata de la prolongación del carácter de sus padres. Sea como sea y ahora que nadie nos lee, queridos lectores, les confesaré algo: Hanna heredó la exigencia que demuestra de K., su madre. Aún es pronto, lo sé; pero…
Es curioso el mundo de los hijos, meine Damen und Herren, sobre todo para un novato. No obstante, tengo la certeza de que en la personalidad de Hanna podré seguir mi rastro, supongo que es lo que muchos denominan «herencia». Ahora bien, estimados parroquianos, ya que escribo sobre legados, no puedo dejar de referirme a nuestro siempre admirado José Luis Rodríguez, el Puma; un carcelero del intelecto, un hombrecillo que luce un cerebro de bisutería. No, no piensen que me refiero a la herencia que dejará a los españoles— nada nuevo cuando gobierna el PSOE: paro corrupción, miseria, enfrentamientos…—, sino a la que él recibió. Sería interesante que Herr Rodríguez, el padre de ese tipo tan complicado, les explicará algo, meine Damen und Herren, sobre todo después de ver «la cantidad de vajilla» que el piernas de su hijo rompió por doquier. Si la prole es la continuación de los padres, cabe preguntarse qué tipo de bilis le inoculó Herr Rodríguez a su vástago. Poco sentido tiene ya escribir sobre un Gobierno apuntalado por andamios, unos ministros sin crédito y el mejor emisario de la idiotez: José Luis Rodríguez, el Puma. Aún así, estimados parroquianos, no dejo de preguntarme qué pensará Herr Rodríguez al escuchar a su criaturita, a esa ricura que comenzó a hablar de crisis durante el verano de 2009, que se muestra como un mamarracho en su tinta soberbio, ególatra, embustero, rencoroso, incapaz, zafio, paleto, ridículo y nefasto. No obstante, queridos lectores, podría ser que Herr Rodríguez, al descubrir la prístina inteligencia que atesoraba el gran tarado, entendiera que ese aborto del juicio era el político adecuado para una nación que todavía fomenta rencillas entre territorios, que necesita ídolos, villanos y miedos, que consiente la degradación de la sociedad hasta el punto de que la convierte en carne de cañón para cualquier embaucador de chicha y nabo, que no acepta la autocrítica y siempre buscará un enemigo al que culpar de todos los males, que prefiere lo nimio, lo frívolo y la mediocridad en detrimento del esfuerzo y lo excelente; y algo peor, meine Damen und Herren: además se muestra orgullosa de todas esas «virtudes»; tan es así que ni siquiera tiene reparo en exhibirlas.
En una ocasión le pregunté a mi progenitor cuál era el deber principal de un padre. Él arqueó una ceja, frunció los labios y exhibió un mohín de sorpresa. Después encendió uno de sus habanos, y todavía envuelto por el humo, me respondió: «Que el hijo piense de manera diferente al padre; es la única forma de que una sociedad avance». Ahora lo entiendo, meine Damen und Herren: el problema no está en los hijos sino en los padres. Afortunadamente, estimados parroquianos, el mío no respondía al apellido Rodríguez.

Foto: Herr Rodríguez, el gran constructor.