Freitag, April 23, 2010

CAÍDAS, GUINDOS Y COTILLEOS.

GUINDO: 1. m. Árbol de la familia de las Rosáceas, especie de cerezo, del que puede distinguirse por ser las hojas más pequeñas y el fruto más redondo y comúnmente ácido.

La semana pasada cené en el restaurante Síbara, meine Damen und Herren. Creo que acerté en la elección del menú: Crujiente relleno de verduras e ibérico; bacalao sobre tomate confitado y verduras a la parrilla; mousse de dos chocolates (blanco-negro) con jengibre. El motivo de la velada fue el reencuentro con una colega española, aunque lo cierto es que le debía una cena (entiendan «el pago de una apuesta»). K., fiel a su costumbre, picoteó como un pajarillo; por el contrario, nosotros dimos buena cuenta de las viandas, y nos metimos entre pecho y espalda todos los manjares. El lugar me agradó, era una mezcla ecléctica entre Ibiza, Sevilla, el Mediterráneo y Peñaranda de Bracamonte. El servicio fue correcto, aunque una de las camareras lucía el mismo rictus ceñudo que Pepiño Blanco cuando se enfrenta a un crucigrama; me temo que incluso a una quiniela (¡qué hombrecillo más curioso!). La iluminación del local es parca, casi mortecina, y ese detalle favorece las confidencias, las palabras susurradas, las promesas de amor y el disfrute del brillo de los ojos esmaltado por la penumbra o el fulgor de la llama de una vela. Mi amiga se alegró al verme junto a K.; de hecho consagró nuestra relación con una lacónica sentencia: «Hacéis muy buena pareja; ¡qué envidia!». Les seré sincero, meine Damen und Herren: las miradas soslayadas que mi amiga dirigió a K. me resultaron…cómo decirlo…maliciosamente femeninas. No obstante eran justificadas, porque K. estaba preciosa con la camisa azul que lucía, los pendientes y la coleta. De cualquier manera, la velada fue divertida, sobre todo porque nos habíamos juramentado para no hablar de política hasta la hora de los cafés. Llegado ese momento, no tuvimos otro remedio que referirnos a nuestro siempre admirado José Luis Rodríguez, el Puma, y la caterva de chichipanes que tienen abono de temporada en el teatrillo del ridículo. Por cierto, estimados parroquianos, debo formularles una pregunta: ¿Aún vive ese mamarracho en su tinta? No es que le desee ningún mal—bastante tiene con lo suyo (no me refiero a…las góticas) —, pero lo cierto es que le encuentro algo…difuminado en la nada: ¿Será un nuevo camuflaje?, ¿se habrá convertido en un hombre calcomanía?, ¿habrá iniciado un retiro en Yuste?, ¿cursa estudios en la prestigiosa universidad de Peñaranda de Bracamonte?, ¿lo raptó el hombre del saco?, ¿practica submarinismo en el pecio del Titanic? Sea como sea, meine Damen und Herren, y desde el respeto a la ausencia del jefe de los chichipanes, hoy divagaré de la misma forma que durante la sobremesa en el restaurante Síbara: con semblante tan incrédulo como divertido. Que a estas alturas los españoles se sorprendan de que José Bono, también conocido como el padre Cojonciano, incremente su patrimonio con ese estilo tan…socialista, me parece una caída del guindo. Les explicaré cuál fue el primer síntoma por el que ustedes deberían haber desconfiado, queridos lectores: ¡el implante de pelo! Sí, sí, no se sorprendan, porque un sesentón que se implanta pelo no es de fiar; créanme. Por otro lado, estoy convencido de que tener de consuegro al cantante Raphael confiere una visión de las posibilidades de la política muy…amanerada: mano delante, otra detrás, gallos, desafinados y sonrisas. Lo que no logro comprender, estimados parroquianos, es ese amor por el pisito. Ahora bien, meine Damen und Herren, supongo que ustedes no serán tan ingenuos de creer que el padre Cojonciano es el único que…«incrementa el patrimonio» (siempre cuando se dedican a la política, no antes; claro está). Les señalaré un ejemplo, queridos lectores: Josep Lluís Carod Rovira vive en un piso— está a nombre de una sociedad que se lo alquiló a él— de quinientos metros cuadrados, y por el que paga, sólo de gastos de comunidad, dos mil euros mensuales. Por cuestiones de seguridad no les explicaré que está situado en el cruce de la calle Ganduxer con el Paseo de la Bonanova. ¿A ustedes no les resulta llamativo? De cualquier modo, meine Damen und Herren, no se la cojan con papel de fumar; no olviden que su monarca, Juan Carlos I, el Sencillo, es el primero que incrementa patrimonio con más facilidad que Cristo al multiplicar los penes y las paces (no lo recuerdo pero fue algo parecido). En el caso de el Sencillo debemos comprenderlo porque de casta le viene al galgo. Alfonso XIII, su abuelo, acumuló en el extranjero una fortuna de 85 millones de dólares mientras la juventud proletaria española era tratada como carne de cañón en las tierras del Rif; y no morían con…«honda satisfacción» ni «profunda emoción». Incluso su padre, que a tenor de su amor por el whisky todavía debe permanecer incorrupto en el Real Pudridero de San Lorenzo de El Escorial, malgastaba a manos llenas el producto de los sablazos que «los emisarios» rapiñaban por España. Por cierto, meine Damen und Herren, les formulo otra pregunta: ¿Es cierto que el Sencillo quiere imitar a Karol Wojtyla (otro aficionado y/o consentidor de la rapiña)? No se sorprendan de la cuestión, queridos lectores, es que últimamente su monarca «besa mucho el suelo». Me sorprende que esté tan decrépito y chocho; ¿acaso no funciona el tratamiento anual anti-edad que le realizan en la barcelonesa Clínica Cima?
Las cuitas del padre Cojonciano con sus pisitos son la demostración de que José Luis Rodríguez, el Puma, está acabado, porque las informaciones surgen del propio PSOE, son un navajeo que tiene por finalidad eliminar cualquier alternativa al tonto entre los tontos. ¡Pobre padre Cojonciano!, ¡y él con esos pelos! Durante estas jornadas españolas, meine Damen und Herren, reafirmo mi idea de que en España nada cambia; como el gremio de notarios y la tuna: alérgicos a los cambios. Lo cierto es que me cansé de la sobremesa, estimados parroquianos: chismes, maledicencias y charla insustancial. Con todo, varios cafés y unos tragos de un asqueroso brebaje—limoncello— fortalecieron mi cortesía y paciencia. Sin embargo, me percaté de que K. no comprendía el pesimismo vital y resignado de mi amiga. Aun así, intenté resumir mi explicación con una frase: «Nosotros no somos españoles, cielo; pero España agota». Intuyo que ustedes comparten mi opinión, por lo tanto no les aburriré con otros capítulos del drama estático en un acto que representa Rodríguez: el juez Garçon, sentencias del Tribunal Supremo, la fortaleza de la economía española, «brotes verdes» entre el estiércol, iletrados, majaderos y bobos que juegan a ministros…Sea como sea, meine Damen und Herren, K., en su inocencia e ignorancia, formuló una pregunta que nos indujo a pensar: «¿Qué pasará cuando desaparezca Rodríguez?». Mi amiga se engrescó en una retahíla de explicaciones sobre «la clase política española», «las pocas alternativas», «la nula educación democrática», «el sectarismo» y «el magro coraje social de los españoles». Por el contrario, y ya cansado del tema, mi respuesta fue concisa: «Le pondrán en una capilla…al dente; como su intelecto: siempre al dente».
Les dejo, meine Damen und Herren, sean buenos y no pequen. Aunque si caen en la tentación, no olviden que el padre Cojonciano es de los que reparte absoluciones a cambio de…pisitos. ¡Gloria a Dios en las alturas!

Foto: Café y copa en Síbara. NvO (2010)