Mittwoch, März 17, 2010

AFRANCESADOS.

AFRANCESADO: 1. adj. Que admira excesivamente o imita a los franceses. U. t. c. s.

Supongo que están atareados, meine Damen und Herren: cambiar el plato de ducha; alicatar la cocina; sustituir el bidé por un nuevo «lavafrutas»; elevar la altura del inodoro…No les envidio, estimados parroquianos, porque detesto ver gente extraña en casa. Sobre todo a esos extraños hombrecillos de tierras lejanas— intuyo que algunos son bosquimanos— que se dedican en España a las…«reformas en general»; chapuzas que diría el clásico. Me encuentro bien, queridos lectores, aún disfruto de mi retiro español, de K. y de la satisfacción que provoca finalizar…«el trabajo». No obstante, todo no es agradable, ya que de vez en cuando me encuentro inmerso en situaciones…cómo expresarlo…delicadas; sí, eso es: delicadas. El otro día, sin ir más lejos, recibí una afrenta que tardaré años en olvidar: ¡me llamaron afrancesado! Ustedes ya saben que yo soy de natural sensible, fraterno y tolerante, pero ese término aplicado a mi persona puso a prueba mi bonhomía. Me encontraba en la churrería San Ginés cuando entró una pedigüeña, una mujer que se aferraba a una hucha metálica con la misma fuerza que Pepiño Blanco y Leire Pajín emplean para domeñar el idioma español. Después de varias miradas sesgadas a la concurrencia, la mujer aferrada a la hucha escogió a su víctima: ¡yo! Les confieso que sus modales a la hora de presentarse no fueron una demostración de la politesse del ancien régime: «Tú eres extranjero». No fueron las extraordinarias habilidades perceptivas de esa mujer cuya estatura le permitiría jugar de pívot—junto a María Antonia Iglesias— en cualquier equipo de la NBA las que me sorprendieron, sino el tuteo a bocajarro y el colofón— de hecho un résumé de su imbecilidad— con los que remachó su palabrería de sablista: «Eres francés». A pesar de que contemplé a esa petardista con fría y estremecida hostilidad, no pude evitar un tierno sentimiento de misericordia hacia la ilusa capaz de creer que con un motete en el que variaba la procedencia— sólo pedía a los extranjeros— conseguiría nuestra caridad. No obstante, meine Damen und Herren, y con un forzoso interés antropológico, entré al trapo: «Soy alemán, de Berlín». Una mueca de desilusión se pintó en su retraída mandíbula al tiempo que su mirada descendió en una señal de visible pesar. Asimismo, la hucha cesó en su movimiento y adquirió la inmovilidad propia de alguien que se enfrenta a una verdad desalentadora. Con todo, y a pesar del riesgo de caer en una conversación de arte y ensayo, mi curiosidad me impelió a formular una pregunta: «¿Qué le hizo pensar que yo era francés?». Los ojos de la mujer permanecían abiertos, sin mirar a nada; y sus labios, separados por la duda. Todo su aspecto era de alguien que se siente obligado a arrostrar la cruda realidad de la vida: su propia ignorancia. Aun así, estimados parroquianos, yo esperaba una respuesta.
Ahora bien, meine Damen und Herren, si el escrito de hoy versa sobre pedigüeños, sablistas, enteraos y petardistas, no podemos dejar de referirnos a nuestro siempre admirado José Luis Rodríguez, el Puma, ese fiancé de la idiotez. Es evidente, queridos lectores, que el intelecto de Rodríguez tiene la misma consistencia que una omelette fines herbes, y que sus promesas y principios atesoran tantos dobleces como un crêpe royale. Sin embargo, es obligado reconocer la sinceridad y coherencia que demuestra Rodríguez cuando intenta reparar la economía española con algo a lo que él está abonado y conoce: ¡las chapuzas! ¿Qué será lo próximo, meine Damen und Herren?: ¿Un plan renove para las macetas de los balcones?, ¿desgravaciones fiscales para los que utilicen más papel higiénico?, ¿nuevas transferencias a Cataluña si los catalanes se comprometen a untar el tomate por las dos caras de la rebanada de pan? ¡Quién sabe, estimados parroquianos!, con un tipo cuyas ideas moran en el Hôtel des Étrangers es complicado aplicar la lógica, porque estamos ante un instructeur del cretinismo, un pincel de la bobada, un minusválido del sentido común y un farceur de la política. Rodríguez perpetúa la tradición de la picaresca española, y tras esa expresión de alelado que le caracteriza y esas bolsas bajos los ojos que no paran de hincharse, se esconde una ineptitud hors d’âge y los anhelos de un chapucero que en política internacional siempre llega tarde adonde nunca pasa nada: un parvenu en definitiva. Ignoro si Rodríguez es un afrancesado, aunque con esa facilidad innata que demuestra para practicar un «francés» o un «beso negro» a cualquier estadista y esa cabeza en la que las ideas siempre se despiden a la francesa, sólo nos queda una opción para comprender sus actos: ¡Rodríguez padece el mal francés! Les prometo, queridos lectores, que durante los próximos días reflexionaré sobre ello; necesito una respuesta.
Por el contrario, meine Damen und Herren, la pedigüeña satisfizo mi curiosidad después de salir del triste silencio en el que había caído: «Tu ropa es muy…afrancesada». No soy un hombre insensible ni carezco del sentido de la estética, estimados parroquianos, pero soy práctico: pantalones de pana de color beige; zapatos de ante marrón oscuro; jersey de cuello alto, cashmere y gris perla; fular con dibujo pata de gallo en grises, marengo y negro; y un par de calcetines cuyos rombos combinan con exactitud matemática la gama de colores y tonos antes mencionados. Sobre la silla situada frente a nosotros, mi parca monty azul marino contemplaba la escena: tampoco compartía el parecer de la sablista. No obstante, dos de mis monedas abandonaron el mundo sagrado de mi bolsillo para entrar en otro profano: el de la hucha de la petardista. Mientras apuraba mi taza de café, miré cómo partía: sin dar las gracias, a la francesa, con un caminar ahorrativo y a la búsqueda de su próxima víctima; seguramente, otro…«afrancesado». Ignoro el porqué, meine Damen und Herren; pero sospecho que esa desventurada padece el mismo mal que Rodríguez: no entienden que hasta en los embustes la proporcionalidad es una virtud. ¡Qué poco charme! Sin que sirva de precedente, hoy me despido de otra manera: Madames et monsieurs, au revoir. ¿Afrancesado yo?

Foto: Churros en San Ginés. Ñam, ñam, ñam. NvO (2010)