Donnerstag, Februar 11, 2010

DE TAPAS.

TAPEO: 1. m. coloq. Acción y efecto de tapear.

Estoy contento, meine Damen und Herren: ¡me atiborro de tapas! Sí, ya saben, ese alimento que es a la gastronomía lo que nuestro siempre admirado José Luis Rodríguez, el Puma, a la inteligencia: un poquito. Asimismo, estimados parroquianos, redoblo mi alegría por otro motivo: veo Madrid con otros ojos. Bueno, de hecho son los mismos—venían con la cabeza—, pero ahora los dedico a observar en lugar de mirar. Mi último descubrimiento fue el mercado de San Miguel, junto a la madrileña Plaza Mayor. ¡Qué deleite, queridos lectores!; aún babeo al recordarlo. Con todo, fue el hallazgo de uno de mis alimentos favoritos el que provocó que mi mirada quedase clavada en un mostrador: ¡las ostras! Les reconozco que son mi perdición, meine Damen und Herren. Paseaba junto a K. bajo la estructura metálica erigida en 1916 cuando mi olfato anticipó lo que mi paladar remachó un instante después: el olor evocador de esos moluscos tan malcarados pero sin embargo tan sabrosos. En vista de que el lugar ofrecía otras viandas que yo deseaba probar, pedí tres ostras— calibre grueso, normandas— y una copa de un ambarino gaillac. Añadí sólo un par de gotas de limón para contrarrestar el sabor rotundo, ferruginoso y salino de la ostra Sorlut, y las devoré con la fruición del que sabe que puede viajar a través del paladar. K. me observaba divertida, disfruta con la pasión que imprimo a esos pequeños placeres mundanos y la expresión que esmalta mis ojos—entre pícara y telúrica— cuando me relamo por anticipado. Frente al puesto de ostras, un abacero amanerado cantaba las excelencias de su mercancía: ¡encurtidos! No pude resistirme, estimados parroquianos, me encanta participar en esa orgía de sabores que surge de la combinación atávica de las aceitunas, las berenjenas, los pimientos, los tomates, el vinagre y la salmuera. Asimismo, acepté la sugerencia del pisaverde y me metí entre pecho y espalda dos copas de manzanilla La Guita. De cualquier modo, queridos lectores, la oferta era tan variada en los diferentes puestos—embutidos, quesos, etc .— que no quisimos privarnos de comprobar la solidez de esa promesa de sabores y gustos. Descubrí una pescadería en uno de los extremos del mercado. Con una capa de hielo por mortaja y catafalco, un rape me miraba. Les reconozco que es un pez feo; aún así, disfruto con el sabor y la textura de su carne. Ahora bien, para disfrutar de feos y texturas, nada mejor que evocar la figura de nuestro siempre admirado José Luis Rodríguez, el Puma, un hombrecillo que nunca alcanzará la categoría de rape y debe conformarse con la de merluzo. El mercado que montó Rodríguez para vender sus tapas deviene en el ágora del ridículo, meine Damen und Herren, porque el sandio ya no sabe qué explicar: introduce el jamón en salmuera; de sus ostras emana un tufo a cloaca que atontaría a un perro—Pepiño es de otra raza, puede soportarlo—; confunde el vinagre con el vino y una caña de cerveza con una muestra de orina para analizar; sus quesos son paseados en procesión por una cofradía de gusanos—Frau Salgado es la virgen naturalmente—; y a la hora de presentar la cuenta, pretende timarnos. ¡Menudo tapeo, queridos lectores! Sea como sea, meine Damen und Herren, desde Europa miramos a España con envidia. Sí, sí, no se sorprendan, porque la solidez de la economía española es tal que ustedes se han permitido el lujo y alarde de salir de la crisis en varias ocasiones; casi tantas como Rodríguez se sacude la pollita después de…«pensar». No obstante, estimados parroquianos, podemos considerar que más de tres sacudidas se convierte en pajeo, en «pelar el plátano», «sacudir la sardina» o «afilar el sable». Tan sana costumbre a la que Rodríguez está abonado—el pajeo mental— le ha convertido en una payaso sin gracia alguna y en la escupidera de la política internacional, en unas nalgas abiertas en las que cualquier menesteroso puede practicar el arte del «mete y saca»; de la enculada que diría un castizo ¡Qué poco charme! No logro imaginarme la cara de Rodríguez, el Dos Tardes, cuando alguien le explique el porqué del diferencial con el bono alemán, la dificultad para colocar la deuda española, la desconfianza que genera la gestión de esos desventurados al frente del Gobierno de España, las consecuencias que tendrá esa huída hacia adelante en forma de gasto público desmesurado, los millones de parados y la imposibilidad de recolocarlos, la velocidad a la que se derrumba la economía española, y los peligros que encierra demoler el tejido social de la clase media y el empobrecimiento de las familias españolas. Yo le observo con atención, meine Damen und Herren, deseo averiguar hasta dónde es capaz de llegar un tipo que sólo persigue permanecer en el sillón y ofrecer sus tapas, esas pequeñas porciones de dislates, ignorancia, demagogia y embustes. No desprecien a priori las tapas de Rodríguez, queridos lectores, porque él tiene buenos cocineros. Nada mejor para poner a prueba a nuestros paladares que escuchar a Leire Pajín y al filólogo vocacional de Pepiño: ¡una conspiración contra España y el bobo de Coria! Créanme, desde que leí La máquina de follar, de Charles Bukowski, no me había reído tanto.
Lo que más me agrada del tapeo es la posibilidad de tantear diferentes sabores, y eso nos lo proporciona Rodríguez y la caterva de tardos que le rodea. Es cierto que echo de menos a algunos (Chacón, Aido, etc.), pero el resto se empecinan en llenar la barra del bar con sus declaraciones y el suelo con el serrín que brota de sus palabras e intelectos. Celestino Corbacho, por ejemplo, satura nuestras papilas con esa prosodia más propia de un restaurante de polígono industrial y demuestra el diámetro de sus tragaderas cuando es desautorizado una y otra vez por la tapa de mojama de Elena Salgado. No obstante, no debemos olvidar que en cualquier bar de tapas encontraremos un elemento indispensable: el palillo. Ese papel lo ejerce Frau De la Vega, y no es porque pinche—sus ideas hace ya tiempo que se convirtieron en romas— sino por esas piernitas, más propias de un canario, que la avellanada enfunda en esos pantalones para sordomudos (podemos leer en…los labios).
Estoy de nuevo entre ustedes, queridos lectores; aunque si me lo permiten, continuaré con el disfrute de las tapas en el mercado de San Miguel; sobre todo de las ostras Sorlut. Sé que nunca encontraré una perla en ellas, meine Damen und Herren, porque las perlas, en forma de disparate encurtido en imbecilidad, sólo hay un tipo que las elabora: me temo que no soy yo.

Foto: Encurtidos en el mercado de San Miguel. NvO (2010).